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Las zapatillas y los paganinis
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SER EUROPEÍSTA CUASI INCONDICIONAL RAYA CON SER UN POCO "PALETO"

Las zapatillas y los paganinis

Actualizado 30/06/2015
Fernando Robustillo

¿Siempre ganan los ricos? Si la clase media y menos media va de mal en peor y está atrapada por una deuda impagable, es lógico que muchos europeístas convencidos comiencen a tener dudas y no sepan a cuento de qué se celebró la semana pasada los treinta añ

[Img #344653]Hubo un tiempo, cuando los abuelos de hoy eran los nietos de entonces, que los primeros de mes se celebraban como días de fiesta, y ese miembro de la familia, por cierto numerosa, que había roto los zapatos el día 10 ?nunca se rompían solos, todo era producto de ir dando puntapiés a los botes o a las piedras, "¡qué niño!"? tenía su penalización, y aunque el chico no era consciente de haberle dado mal trato, daba lo mismo, no había otro remedio que esperar hasta primeros de mes y, mientras, la acusación de culpabilidad ceñía sobre su cabeza, ni siquiera disfrutaba de la categoría de imputado. La penitencia, esperar; la excusa: "no los hubieras roto, así aprenderás". ¡Pobres madres con tantos niños!

Fue una época en la que, en gran parte de la población, el sueldo del cabeza de familia daba para todo, incluso para pagar la letra del piso. Las carencias eran de tipo social: carreteras y vías urbanas sin asfaltar, alimentos sin etiquetar, falta de parques, alumbrado, papeleras, etc.

Tiempo después, cuando los padres de hoy eran hijos y las familias eran menos numerosas, si a los niños se les rompía las zapatillas, no había otro remedio que comprarlas, "el niño no podía ir a clase como un adefesio", así que de esperar a primeros de mes, nada de nada, se tiraba de la tarjeta y todo solucionado, pero tampoco era cuestión de hacer uso de la tarjeta para unas simples zapatillas, así que, ya que estábamos dentro de Megatlón, por qué de paso no comprar al niño un chándal. "Pero, mamá, a ver si me vas a comprar unas zapatillas y un chándal que no los conozca nadie". "No, hijo, tú dime cuáles son". "Éstas y éste salen en televisión y son de marca". "Un poco caros, ¿no?", tercia el papá. "Siempre andas igual, ¡si esto lo vamos a pagar con tarjeta en seis meses!". "¡Ah, bueno! Entonces cómprale para quita y pon". "¿Y la niña? ¿Y si le damos la sorpresa?". "Pues vamos a aprovechar y se los llevamos también a ella en color rosa palo".

Fue una época en la que trabajaban ambos miembros de la pareja y no había electrodoméstico que se les resistiera, aunque fueron precisamente las discusiones por el mando a distancia o aquello de "estoy harto-harta, ni a tu casa ni a la mía, vámonos a un restaurante" las que trajeron un arsenal de separaciones.

Para entonces la burbuja inmobiliaria estaba en la cúspide, pero su explosión no se veía en lontananza, carecía de total transparencia, su opacidad no dejaba mirar más allá de las bondades que auguraban los expertos. Además, llegaba tanto dinero de Europa que, para administrarlo, se celebraban comisiones, comidas y cenas, con dietas, por supuesto, en cualquier estamento que representara a un puñado de ciudadanos, y a toda costa había que emprender la construcción de proyectos museísticos descabellados, aeropuertos innecesarios, obras de cinco estrellas, cursos fantasmas, AVE's justificados o de locura... y quién sabe si llevar el dinero a algún paraíso antes que devolverlo.

Tiempo después, es decir, hoy, que los hijos de ayer son los padres, todo transcurre como la vida misma, los tipos de familias son una diáspora y cuando se rompen las zapatillas de los niños hay muchas opciones: una, esperar a primeros de mes a cobrar, como se hizo toda la vida; otra, esperar al cobro del paro, que lo pagan el día 10; la siguiente opción, esperar a la pensión del abuelo el día 25, y si nada de esto es posible, porque estás desahuciado y excluido del mundo laboral y de todo, se puede pasar por los almacenes de reparto de una ONG a ver si las deportivas las han traído los Reyes por adelantado.

Es verdad que existen ayudas de supervivencia, pero los excluidos sería deseable que trabajaran una hora al día para que no contabilizaran como parados. Ya hay muchos compatriotas que lo hacen? ¿Y para quién toda la púrpura? ¡Para los ricos! ¿Y quiénes la están pagando? ¡Los de siempre! Los que con sueldos de seiscientos euros no la van a disfrutar.

Con este panorama, sin hacer apología de nada, lógicamente ha crecido la delincuencia y esto me recuerda un caso que me contaron cuando yo era muy pequeñito, tan pequeño que a las zapatillas las llamaban alpargatas. Se trataba de un tipo que fue a una tienda y pidió unas alpargatas, se las puso, vio que le quedaban de lujo y le preguntó al dependiente: "Dígame usted qué valen". El dependiente, ufano, le contestó: "Se las voy a dejar baratas: cincuenta pesetas. ¿Qué le parece?". "Pues mire usted, me parece muy bien, pero cien le doy yo si usted me coge". [Aún anda corriendo].

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