A vueltas con la Bandera

Ya es triste que hablar bien de nuestra Bandera deba hacerse en España midiendo las palabras. En más de una ocasión he manifestado la sana envidia que siento al comprobar cómo se quiere y respeta la bandera en la mayoría de naciones del mundo, y cómo lo natural es verla izada, además de en todos los organismos oficiales, en multitud de hogares particulares.

El mundo entero está lleno de naciones donde tienen cabida diferentes movimientos nacionalistas que, no obstante, han asumido que su enseña nacional está por encima de esas sensibilidades. Si admitimos que nuestra Bandera no es patrimonio exclusivo de ningún colectivo, todavía no acabo de comprender por qué ese empeño en menospreciarla, cuando no ofenderla; y por qué la obsesión por tratar de retrógrado a quien se siente orgulloso al verla ondear, al que se declara respetuoso con ella y a quien la juró fidelidad estampando un sentido beso en sus pliegues. Ya se me había olvidado que España es diferente. La derecha se avergüenza de aparecer en sus actos al lado de la Bandera, el centro-izquierda pretende resarcirse de sus frecuentes desplantes haciéndose la foto de última hora y todos los demás no quieren ni verla.

Recientemente hemos asistido a un hecho, por lo menos pintoresco. El máximo responsable de un importante partido político con vocación nacional y aspiraciones de gobierno aparece en un acto con una gran Bandera Nacional como telón de fondo, y es objeto de primera plana en periódicos y telediarios. La cosa no queda ahí porque también ha sido comidilla en los mentideros políticos que la rama, digamos más radical, de ese partido no ha visto con buenos ojos el detalle de la Bandera. Claro está que, últimamente, ese mismo partido no se ha distinguido precisamente por usarla en sus actos; más bien ha sido frecuente ver en sus filas banderas de la Segunda República. ¿Por qué este cambio de imagen? Si la respuesta está en haberse dado cuenta de que estaban equivocados con su política de ninguneo a la Bandera de todos, ¡chapó! Nunca es tarde para sentirse tan español como el que más. Además, muchos de sus militantes y simpatizantes estarán muy de acuerdo con el giro dado. Ahora bien, si estamos ante una operación de marketing y de lavado de imagen al descubrir que los últimos pactos suscritos con partidos que, para ser suaves, desprecian nuestra Bandera y todo lo que ella representa, han llevado al suyo a los niveles de aceptación más bajos de su historia y deben disfrazar sus verdaderos sentimientos con burdas pieles de cordero, estaríamos hablando, una vez más, de aparentar lo contrario de lo que se siente. Ya va siendo hora de abandonar conductas cainitas, porque no están muy lejanas las manifestaciones de otro nefasto dirigente del mismo partido dejando en entredicho, o ridiculizando, conceptos nacionales y éticos asumidos ancestralmente por el pueblo sencillo.

Responsabilidad del mismo partido es también haber apoyado con sus votos el nombramiento de alcaldes a quienes les ha faltado tiempo para retirar la Bandera de la fachada de sus ayuntamientos. Otros hay que se niegan una y otra vez a obedecer sentencias de tribunales nacionales obligando a colocarla en lugar preferente, o, en el colmo del cinismo y la cobardía, menosprecian al resto de españoles exhibiéndola en lugar y tamaño que la transforme en prácticamente invisible. Seamos serios, señores. Vamos a dejar de envolvernos en nuestra Bandera para enmascarar aviesas intenciones que pueden acabar manchándola. A nadie se le puede obligar a sentir simpatía por los símbolos de nuestra Patria, pero estamos asistiendo a un recrudecimiento de manifestaciones claramente ofensivas, planificadas, difundidas y costeadas por organizaciones independentistas y coreadas por una masa festivalera y bobalicona que se ampara en el anonimato. Quien esté dispuesto a valerse de cualquier pretexto para infringir la ley, debe estar dispuesto a asumir sus consecuencias. Como parece que nadie reacciona, podemos estar ofreciendo una imagen de permisividad o de impotencia, cuando lo cierto es que existen procedimientos para evitarlo. El primero de ellos, la educación, y después exigir, de quien tiene la obligación de hacerlo, el cumplimiento de las leyes.

Francisco López Celador

Coronel de Infantería (R)