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Una mujer que toca, una mujer que dice (la hemorroísa)
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Una mujer que toca, una mujer que dice (la hemorroísa)

Actualizado 26/06/2015
Xabier Picaza

11071121_459757214201476_181930338144783Dom 13, tiempo ordinario. Marcos 5,21-43. Este evangelio nos sitúa ante dos mujeres, víctimas de opresión personal y familiar:

-- una es joven, hija del archisingogo, y al parecer no tiene más remedio que morir, habiendo cumplido doce años (pues la vida mayor no le ofrece ningún aliciente);

-- la otra es ya madura, pero lleva sufriendo doce años de mal flujo de sangre, y las autoridades sanitarias y sociales no le dejan tocan, ni dicer.

Ambas están vinculadas por una enfermedad que es parecida, la enfermedad de ser mujer en aquel contexto y circunstancia. Pero Jesús deja que le toquen; les da la mano y les cura, no para que vuelvan al orden antiguo, sino para iniciar con ellas un camino de humanidad.

Hoy comentaré el tema de la hemorroísa. Dejo para mañana el de la hija del archisinagogo. Retomo así un motivo usual en este blog, y lo haré siguiendo básicamente mi Evangelio de Marcos (Verbo Divino, Estella 1012), sin notas críticas, que el lector interesado deberá buscar en el libro impreso.

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Ese pasaje de la hemorroísa ofrece dos mensajes antiguos, dos enseñanzas que siguen siendo nuevas también en nuestro tiempo, para hombres y mujeres:

a. Que la mujer pueda "tocar", que pueda relacionarse corporal y humanamente con la vida, es decir, con los otros sin cortapisas ni limitaciones externas de género? Que no le impongan otros (sacerdotes y escribas) aquello que ha de hacer y sentir, cómo ha de vivir, aceptándose a sí misma, y así "tocar" al hombre, si ella quiere, como quiera, siempre que sea en respeto, para ser así persona.

b. Que la mujer pueda "contar", decir lo que ha sentido; que recobra de esa forma la palabra, y diga lo que siente ante el corro de hombres que parecían dispuestos a imponer sobre ella su visión del mundo y de la vida. La verdad (toda la verdad, como en los juicios leales) es lo que ella tiene que decir, como verá quien siga leyendo.

Se trata de devolver la palabra a la mujer, dejar que ella diga y se diga, escucharla, y compartir con ella la trama de la vida.

La imagen 1 evoca el relato de la hemorroísa, en un fondo de sangre de vida.

La mujer de la imagen 2 es Catalina de Siena, que dice al papa y a la iglesia de su tiempo lo que ha de ser un papa y una iglesia.

Buen fin de semana a todos.

Texto: Mt 5, 24-34

(a. Una mujer quiere tocar?). 24 Y mucha gente lo seguía y lo estrujaba, 25 y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, 26 y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todo lo que tenía, sin provecho alguno, yendo más bien a peor, 27 habiendo oído hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. 28 Pues se decía: Si logro tocar aunque sólo sea su manto, quedaré curada. 29 E inmediatamente se secó la fuente de su sangre y supo por su cuerpo que estaba curada del flagelo.

(b. Esa mujer tiene que decir) 30 E inmediatamente, Jesús, conociendo en sí mismo la fuerza que había salido de él, volviéndose a la muchedumbre, preguntó: ¿Quién ha tocado mi manto? 31 Y sus discípulos le replicaron: Ves que la gente te está estrujando ¿y preguntas quién me ha tocado? 32 Pero él miraba alrededor para ver quién lo había hecho. 33 Pero la mujer, temerosa y temblorosa, conociendo lo que le había pasado, vino y se postró ante él y le dijo toda la verdad 34. Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu flagelo.

1. Una mujer quiere tocar, esta mujer quiere vivir

Es una hemorroísa, mujer que los hombres declaran maldita, por su "menstruación irregular"? Fuente y foco de impureza para los hombres es esta mujer que avanza escondida y miedosa, en medio del gentío, pues si la reconocen deben hacer un hueco en torno a ella, expulsándola del grupo. Nadie puede ponerse en contacto con ella, ni tocar sus cosas.

Es una muerta viviente, expulsada de la sociedad y condenada a su propia soledad impura, por causa de una ley religiosa, defendida con celo por las «sinagogas» (por los archisinagogos, como éste al que Jesús acompaña). Pues bien, esta mujer, que no ha podido ser curada por la medicina (5,26), no se ha resignado a vivir como lo manda la ley israelita.

Es persona sin familia. Conforme a la ley sacral judía, su condición de hemorroísa (mujer con hemorragia menstrual permanente) la expulsa de la sociedad: no puede tener relaciones sexuales ni casarse; no puede convivir con sus parientes ni tocar a los amigos, pues todo lo que toca se vuelve impuro a su contacto: la silla en que se sienta, el plato del que come... Es mujer condenada a soledad, maldición social y religiosa. El milagro de Jesús consiste en dejarse tocar por ella, ofreciéndole un contacto purificador. En el fondo del relato hay un recuerdo histórico (forma de actuar de Jesús) y una experiencia eclesial (la comunidad cristiana ha superado las normas de pureza humana y sexual del judaísmo) .

Jesús no la ayuda para llevarla después a su grupo, ni le dice que venga a sumarse a la familia de sus seguidores, sino que hace algo previo: La valora como mujer, aceptando el roce de su mano en el manto y ofreciéndole el más fuerte testimonio de su intimidad personal; le anima a vivir y le cura, para que sea sencillamente humana, persona con dignidad, y para que construya el tipo de familia que ella misma decida. No la quiere convertir a nada (en nada) sino capacitarla para que ella sea, al fin y para siempre, humana. Socialmente impura era esta hemorroísa: rescatarla para la humanidad, para las relaciones personales, para la familia, esta ha sido una conquista capital del evangelio .

-- Era hemorroísa desde hace 12 años (5, 25). Nadie podía acercarse a su cuerpo, compartir su mesa, convivir con ella. Como solitaria, aislada tras el cordón sanitario y sacral de su enfermedad, vivirá en la cárcel de su impureza femenina. No puede curarla la ley, pues la misma ley social y sacral la ratifica como enferma. Por eso no puede acudir a los escribas ni a los sacerdotes para curarse. Vive sin esperanza de curación humana, pues tampoco los muchos médicos (pollôn iatrôn; 5, 26) fueron incapaces de curarla. Lo ha gastado todo en sanidad y no ha sanado, como dice con ironía el texto .

-- Es mujer solitaria, pues su mismo "tacto" ensucia lo que toca, pero tiene un deseo de curarse que desborda el nivel de los escribas de Israel y de los médicos del mundo. Lógicamente, su misma enfermedad se expresa como búsqueda de "contacto" personal. Ha oído hablar de Jesús y quiere entrar relacionarse con él, de un modo personal, a nivel de "cuerpo": ¡Si al menos pudiera tocar su vestido! (cf. 5, 27-28). No puede venir cara a cara, no puede avanzar a rostro descubierto, con nombre y apellido, mirando a los ojos a la gente que la estruja, porque todos tenderían a expulsarla, sintiéndose impuros a su roce. Por eso llega por detrás (opisthen), en silencio (5, 27).

-- Es mujer que conoce y sabe con su cuerpo (5, 29). Toca el manto de Jesús y siente que se seca la fuente "impura" de su sangre, se sabe curada. Alguien puede preguntar: ¿Cómo lo sabe? ¿De qué forma lo siente, así de pronto? ¿No será ilusión, allí en medio del gentío? Evidentemente no. Ella lo sabe por su cuerpo (egnô tô sômati?), que es la fuente y verdad del primer conocimiento. Los hombres tienden a conocer "a través de leyes" o por medio de razonamientos. Esta mujer, en cambio, conoce por su cuerpo, es decir, a través de la sensación interior por la que se expresa su corporalidad más honda.

El conocimiento intelectual y racional resulta en este caso secundario. En el fondo de nuestra vida, hombres y mujeres conocemos a través de la sensación, es decir, por el cuerpo, de manera que podemos afirmar que somos "inteligencia sentiente". Pues bien, frente a todas las razones religiosas de los escribas y sacerdotes de Israel, Jesús quiere volver y vuelve a este nivel más hondo de conocimiento corporal, que es fuente de salud humana, el principio de toda religión. En ese nivel, lo que importa de verdad es que esta mujer "sepa" con su cuerpo, sabiéndose curada, que pueda elevarse y sentirse persona, rompiendo la cárcel de sangre que la tenía oprimida, expulsada de la sociedad por muchos años. Por eso es decisivo que se conozca y se descubra limpia en contacto con Jesús. Así dice Marcos que ella "conoce" (es decir, se conoce) por su cuerpo .

El mismo gesto de esconder su enfermedad y avanzar entre el gentío, corriendo el riesgo de tocar a unos y otros a su paso, era una especie de protesta religiosa. Esta mujer no se había resignado a vivir condenada y aislada, como un cadáver ambulante, porque así lo diga una ley regulada por los sabios varones de su pueblo. Sin duda, ella iba rozando a muchos y expandiendo a todos (según ley) su contagio de impureza legal, pero nadie se daba cuenta, mostrando así la impotencia de esa ley (pues si todos están contagiados nadie lo está). Sólo Jesús advierte el toque «profundo» de la mujer, que no se atrevía ni a rozar su cuerpo, ni a tomar su mano, sino que le ha bastado con rozar su manto (5,28) .

Jesús le dice: tu fe te ha salvado. Un contacto de cuerpos

La salvación de esta mujer se expresa en el nivel del contacto personal, como muestra Jesús al buscar a la persona que le ha tocado y al iniciar una conversación que nos conduce al centro del despliegue purificador de su evangelio. Jesús conoce y reconoce (valora, admite) a esta mujer: Conoce "en su cuerpo" la fuerza que ha salido de él, lo mismo que la mujer ha conocido "en su cuerpo" la curación que ha recibido. Eso significa que Jesús es una persona en comunicación, un cuerpo que se pone en contacto con otros cuerpos, de hombres y mujeres, en un nivel de solidaridad y acción transformadora, antes de toda racionalización. A partir de este "conocimiento" se entiende la conversación:

Jesús: «¿Quién ha tocado mi manto?» (5,30). Pregunta así porque sabe que él se ha puesto en contacto sanador (de solidaridad personal) con un cuerpo/persona, a través del manto que mantiene su intimidad (le permite resguardad lo más profundo), pero que, al mismo tiempo, le comunica con los otros, haciendo así posible que todos le miren y le toquen. No pregunta "qué" me ha tocado (como si fuera una cosa), sino tis, es decir, quien, una persona. No pregunta por aquellos que le han tocado en general, en roce de tipo ordinario. Quiere saber quién le ha tocado precisamente el manto, aludiendo de esa forma al simbolismo ya indicado del manto nupcial, pero, sobre todo, al signo de la comunicación corporal.

Los discípulos no entienden (5, 31). Piensan que Jesús alude al toque ordinario de aquellos que caminan a su lado y le empujan u oprimen por curiosidad o falta de espacio. No conocen el poder de su vida (de su cuerpo), ni saben distinguir los roces de la gente: quedan en el plano físico de la gente que aprieta, en un nivel de encuentros materiales, como si fueran simples "cosas". A diferencia de ellos, la mujer entenderá (5, 33). Sabe lo del manto y conoce el movimiento de su cuerpo sanado (conoce a nivel de corporalidad humana, no de contacto de cosas) .

Jesús, en cambio, distingue y reconoce que éste ha sido un roce de mujer distinta (es decir, de una persona, que en aquel contexto ha de venir escondido), pues el texto dice que, antes de verla y conocerla externamente, él se ha vuelto para descubrir tên touto poiêsasan, es decir, para ver a "la" que había hecho esto (5, 32), sabiendo que la persona que le ha tocado sólo podía ser una mujer creyente, alguien que cree en el poder liberador del contacto corporal (en contra de aquellos que le habían condenado por ley a ser impura). Éste es el principio de su gesto posterior (de su palabra de curación): Una mujer "distinta" (que según Ley debía alejarse de todos) le ha tocado, y él se deja tocar .

El texto nos sitúa así ante el contacto de dos cuerpos. (a) El de una mujer que se encuentra expulsada de la sociedad y declarada impura por su trastorno de sangre. (b) Y el de Jesus que irradia pureza y purifica a la mujer que le ha tocado, vinculándose a ese plano con la hemorroísa. Sólo ellos dos, en medio del gentío de curiosos legalistas, se saben hermanados por el cuerpo.

Contacto de cuerpos, encuentro de personas

Al "tocar" a Jesús, ella le ha enseñado algo que quizá Jesús antes no sabía (o no había pensado expresamente): Que no hay un "cuerpo impuro" de mujer; que igual que ha podido "limpiar" al leproso (1, 39-45), él puede y debe curar a la mujer menstruante, a la que otros toman como impura. Al "tocar" a Jesús, esta mujer ha declarado que quiere ser pura y que lo es. Al sentirse "tocado" en su cuerpo, Jesús descubre y declara que esta mujer está limpia.

Nos hallamos, por tanto, ante un "con-tacto" personal primigenio y salvador, ante el tacto de dos cuerpos que no se rechazan, un roce humano, primigenio, de reconocimiento y de aceptación "mesiánica", es decir, personal. A ese nivel ha tocado la mujer a Jesús; a ese nivel ha aprendido Jesús que ese "toque" no es impuro, no mancha. Jesús descubre así que, más allá de los que aprietan y oprimen de manera puramente física, le ha tocado una persona pidiendo su ayuda; evidentemente, él se la ha dado.

Jesús se ha dejado sorprender por el "tacto" de esta mujer, que es como el "toque" sorprendente de Dios, del que han hablado algunos místicos, siendo un toque perfectamente humano. Dejarse tocar por una hemorroísa, ésta es la novedad de Jesús. Esta mujer le ha "tocado" en lo más hondo de su vida (de su persona), y él se ha dejado "tocar", no ha rechazado su roce más hondo, y por la ha buscado con insistencia, logrando que ella venga, a la vista de todos, y se postre (pros-epesen) a sus pies, como el archisinagogo se había postrado, confesando así el poder de Jesús, que le ha "obligado" a confesar abiertamente lo que ha hecho (le ha tocado), declarando toda la verdad (pasan tên alêtheian), que es la verdad de su dolencia y de su curación (5,33).

Esta mujer era invisible, estaba encerrada en la cárcel de su impureza, sin que nadie pudiera tocarla, ni ella tocar a nadie, bajo amenaza de fuerte condena. Por eso ha venido a escondidas, con miedo, pues quien la viera podía castigarla (5, 27). Pero Jesús se ha dejado tocar, y quiere decir ante todos lo que ha pasado, haciendo que ella pueda romper ese ocultamiento vergonzoso, hecho de represiones exteriores y miedos internos, que ahora podrá ya superar abiertamente.

La mujer debe contar su verdad, toda la verdad

En otras ocasiones, Jesús había pedido a los curados que no dijera nada, para que el "milagro" no rompiera el secreto mesiánico, ni pudiera convertirse en propaganda mentirosa sobre su persona (cf. 1, 34. 44; 3, 12). Pero, en esta ocasión, él pide a la mujer que se ponga en el centro y cuente a la muchedumbre lo que ha sido su vida en cautiverio y cómo ha conseguido la pureza de su cuerpo. De esa forma, le concede (o, mejor dicho, le devuelve) la palabra, para que así ella pueda declarar en la plaza pública, ante todos los hombres legalistas, lo que fue el tormento de su vida, clausurada en la "impureza" que le imponían otros, y lo que es

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