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Balance de las familias
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Balance de las familias

Actualizado 22/06/2015
Lorenzo M. Bujosa Vadell

¿Se acuerdan ustedes del terremoto que iba a llegar? Desastre anunciado y hasta proclamado como las siete plagas de Egipto por eminentes cabezas de nuestra jerarquía y por sus acríticos acólitos, que no tenían apuro alguno en seguir la negritud de las sotanas por las calles de Madrid, haciendo de tripas corazón, porque esto de las manifestaciones, hasta que le cogieron el gusto, era de perroflautas sin oficio ni beneficio.

[Img #341055]Gente de buena fe, de esa también la había. Personas a las que el vértigo de un cambio histórico en la concepción del mundo incomodaba y situaba en riesgos sin cuento, en peligros de extrañas infecciones y contagios. Una de ellas, buen amigo mío, trataba de convencerme de que por esta regla de tres el matrimonio ternario sería lo siguiente: por qué no legalizar los tríos y hasta los cuartetos, de tanto prestigio en los conservatorios? Otros atrevidos de peores intenciones se atrevieron a poner por escrito entrañas combinaciones de humanos y animales, y hasta se hicieron líos con el carro de la compra y las peras y manzanas. Mentes calenturientas, qué duda cabe.

Un antiguo colaborador mío, meapilas de postureo, se adentraba cada vez que me pillaba despistado en argumentos canónicos, en definitiva argumentos jurídicos cargados de ideología religiosa, con todas las limitaciones de lo jurídico y todas las indefiniciones de lo religioso. La finalidad indiscutible de la familia era, por supuesto, la procreación de la especie, de modo que de un solo trazo milagroso se borraban de la realidad toda una serie de situaciones complejas que más que persecución y critica, necesitaban comprensión y ayuda: madres solteras con hijos, padres viudos con hijos, parejas homosexuales con hijos de matrimonios fallidos, abuelas con nietos que son como hijos, parejas con todo el amor del mundo que no pueden tener hijos, otras que no se han planteado tenerlos?

El principal problema de los fundamentalistas es que crean problemas a todos los demás. Si piensan que la familia debe ser de hombre y mujer y tener todos los hijos que el instinto sexual y Dios les manden, quieren imponer ese esquema a todos los demás. De modo que quien no se ajuste a esos criterios ya se encuentra más allá de los límites de lo debido.

Pues bien, a pesar de las insistentes controversias, el gobierno del momento aprobó la actualización del concepto de matrimonio, el Tribunal Constitucional lo aceptó sin mayores dificultades y, oh paradoja ?no la primera de nuestra historia constitucional- el partido que había combatido en la calle y en las instituciones la abominable innovación, y para ello había planteado hasta un extenso recurso de inconstitucionalidad, dedicó su posterior mayoría absoluta a mirar para otro lado, y a aplicar las normas sobre el matrimonio homosexual con un fervor admirable.

De momento las familias no se han derrumbado. La mía sigue con las dificultades ordinarias. Las de otros siguen su trayecto vital complejo, sin mayor novedad desde el principio de los tiempos, y, a mayores, se ha normalizado la situación de todos aquellos que por su orientación sexual quieren ser iguales ante la ley, con la dignidad como fundamento. El reconocimiento jurídico del amor y de sus derivaciones obligaba a ponerla en el centro del debate y eso implicaba acoger también a aquellos que la cerrazón mental excluía. Habrá otras cosas que criticar, pero a pesar de los pesares, tras esta reforma el balance no puede ser más que positivo.

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