¡Qué razón tenías!

A la vista de los primeros movimientos que se efectúan en algunos ayuntamientos gobernados por los nuevos regidores, es de suponer que alguno de los votantes haya pensado aquello que hemos dicho todos nosotros más de una vez cuando, a posteriori, hemos reconocido nuestros errores: ¡qué razón tenías! Sí, ya sé que estamos en democracia y que, afortunadamente, no todos somos partidarios de los mismo métodos. Pero tampoco creo equivocarme si digo que todos los españoles estaríamos dispuestos a aplaudir la política de la oposición si consigue unos resultados mejores que los logrados por aquellos a quienes hubieran votado. Lo malo es que hay que esperar cuatro años para comprobarlo y, en ocasiones, las consecuencias son desastrosas.

En demasiadas ocasiones se oye el siguiente comentario: los españoles hemos votado cambio y esta corporación es fiel reflejo de ese cambio. Primera gran mentira. Vamos a llamar a los cosas por su nombre. En las pasadas elecciones lo que se ha puesto de manifiesto es el duro castigo a un partido que estaba gobernando; el peor resultado de su historia para otro partido europeísta de centro-izquierda que aspira a ser alternativa de poder; la práctica desaparición de un partido de izquierdas que ya tenía desdibujadas sus señas de identidad y la aparición en escena de dos nuevas fuerzas políticas: una de ellas partidaria de la unidad de España, con ideas que podrían calificarse de centro-derecha, y la otra que se autodefine como revolucionaria, de extrema izquierda y claramente contraria al actual sistema ?aunque a veces trate de disimularlo-. De esta mescolanza de partidos, lo primero que hay que poner de manifiesto es que solamente hay uno que ha sido el más votado; y también es verdad que esa condición no le ha evitado ser desalojado de no pocos organismos por coaliciones de varias siglas. Eso lo permite nuestra ley electoral y, por lo tanto, es legal. Lo que, aun siendo legal, resulta muy difícil de explicar es que algunos de los partidos coaligados han apoyado a una fuerza determinada en una corporación y a la diametralmente "opuesta" en otras. Más de uno ha "vendido" su apoyo a condición de no sobrepasar alguna línea roja, circunstancia que ha soslayado cuando el apoyo era para otro. Esto, en mi pueblo, se llama poca seriedad, por no decir otra palabra más fuerte. No es cierto que esa forma de llegar al cambio sea lo que haya votado la mayoría. En la hoja de ruta de los partidos debe figurar como meta la llegada al poder para tratar de mejorar la situación, pero ¿a cualquier precio? Para algunos, parece que sí. Da la sensación de que no han podido ?o querido- sujetar sus ansias de revancha y, antes de dirigir sus pasos a tratar de aportar soluciones para los asuntos que necesitan un nuevo esfuerzo de todos, han querido tomar medidas cuya finalidad exclusiva es incordiar a quienes tienen otros sentimientos. Nuestra historia está llena de situaciones en las que el revanchismo ha conducido a enfrentamientos muy lamentables.

Una vez constatado que lo prometido en campaña electoral ?Tierno dixit- no se ha cumplido; que los pactos entre partidos no van a conseguir que más de uno se avergüence; que las exigencias para desempeñar cargos eran pura pantomima, y que cuando algunos han sido sorprendidos en conductas barriobajeras ?cuando no delictivas- tratan cobardemente de exculparse amparándose en la consabida disculpa de que el tema ha sido "sacado de contexto" , sin que los que les han encumbrado hagan nada por afear su conducta, es de suponer que, en lo sucesivo, deberíamos meditar muy a fondo nuestro voto. De lo contrario, es verdad que podremos decir otra vez ¡qué razón tenías!, pero el mal ya estará hecho y no tendremos derecho a quejarnos.