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Saqueadores de ideas
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Saqueadores de ideas

Actualizado 21/06/2015
Paco Blanco Prieto

Los cuatreros literarios son la expresión más gráfica de la impotencia creativa y el robo intelectual.

Los saqueadores de ideas tiene su espacio entre los ciudadanos porque a la sociedad le preocupan más los ladrones de gallinas que los rateros ideológicos. Tal vez por eso los magistrados todavía no han encerrado a ninguno de esos mangantes, pues los compasivos jueces consideran bastante pena su frustración, y no quieren añadir más dolor a su falta de talento, aunque les echen una reprimenda en la sentencia por robar lo que pertenece a otros.

Don Manuel, siendo ministro de desinformación, nos dijo sobre el Horizonte Español lo que ya nos habían anticipado dos años antes sus amigos Mora y Cárcer. Comprenderán ustedes que con este ejemplo, nuestra Lucía Etxebarría no tuvo más remedio que nutrir su Estación de Invierno de referentes y tópicos literarios vendimiados en las colinas de don Antonio, queriéndonos hacer creer que tenían parcelas comunes de pensamiento. ¿Sabían que el mismísimo Camiliño estuvo sentado en el banquillo de los acusados con la Cruz de san Andrés en la mano, porque la Audiencia de Barcelona aceptó la querella por plagio presentada por Carmiña? No podía faltar es esta nómina de depredadores el inefable Zaplana, echando mano de la obra de Pujalte con su habitual caradura, para hablarnos del Acierto de España. Luis Alberto de Cuenca que fue Secretario de Estado de Cultura y Director de la Biblioteca Nacional con los populares, reconoció sin pudor que su libro La piratería clásica bebía abiertamente en el clásico de Gosse y tuvo la desfachatez de salpicar a todo el mundo afirmando que se trataba de una práctica habitual.

La desvergüenza con que estos estafadores pretenden justificar sus fechorías, produce náuseas, porque desprecian burdamente la inteligencia de los demás. En unos casos, sacan de su corrupta chistera intelectualoide términos que no existen en el diccionario para calificar, por ejemplo, de intertextualidad, lo que es simple y llanamente un vergonzoso plagio, como hizo desde la Atenas de Pericles el señor Racionero, también director popular de nuestra Biblioteca Nacional. Más vulgar fue la periodista rosa, Ana Rosa, calificando de error informático el plagio de su "negro" tertuliano y mostrando públicamente el Sabor a hiel que le dejó la trampa de su ex-cuñado. ¡Tuvieron bemoles sostenidos los pétalos de la Rosa y las elogiosas palabras de la expresidenta del Gobierno en la presentación de semejante bodrio! O el caso del señor Attali, que echó balones fuera culpando de su plagio al editor por olvidarse entrecomillar el texto.

Estos cuatreros literarios son la expresión más gráfica de la impotencia creativa y en nada se parecen a los pacientes copistas medievales que reproducían manuscritos en el silencio cenobial de los escritorios monacales de Suso y Saint Galen. Tan deshonestos pícaros desconocen el valor de la dignidad porque sólo les interesa el negocio o el fraude en el currículo profesional, aunque tal vez sean imitadores de su propio Dios que se plagió a sí mismo haciéndonos a su imagen y semejanza.

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