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Llorar a gritos
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Llorar a gritos

Actualizado 21/06/2015
Raúl Vacas

[Img #193339]Cómo me hubiera gustado entrar un día en la peluquería de Luis Monzón (en la calle Meléndez) y leer, en lugar del Interviú, un libro de poemas. Y que ese libro fuera de Neruda y que se llamara Residencia en la tierra. Y que tuviera un poema titulado "Walking around" y que dijera: "El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos. / Sólo quiero un descanso de piedras o de lana?"

Cómo me hubiera gustado entrar un día en la peluquería de Luis para hablar, no del partido del Madrid o de la guerra o la política, sino del vestido rojo con dibujos blancos de Anna Galiena, la Matilde de la película de Patrice Leconte "El marido de la peluquera". O tararear juntos, no una canción de los cuarenta principales, sino de aquel barbero de Sevilla. O escuchar el hilo musical (como le gustaba hacer a Luis) de la calle Meléndez, antiguamente de Raspagatos. O conversar con él sobre la permanente de Quevedo, la perilla de Gustavo Adolfo Bécquer, la melena de Alberti, la tonsura de Fray Luis o las barbas de Valle Inclán. O hablar de la Salamanca de entonces, la que nació y creció en torno de la Plaza de la Yerba (o del Corrillo) y del poeta Adares, con su barca a la orilla del río de estudiantes y turistas que, día a día, van a dar a la Plaza Mayor, que es el vivir. O dejar que el silencio acallara el oído y despertara la nariz y la envolviera de olores extraños a lociones capilares y after shaves y colonias de niño y suavizantes. O escribir un poema a una mujer y dedicárselo:

Luis Monzón tiñe el cabello a Sansón

mientras le habla de Dalila

La mujer es la fuerza de los hombres. Su voluntad

es grande y única como la de la hormiga o el tornado.

La mujer que alisa, por ejemplo, su cabello rubio y sueña

con la música del sueño de una noche de verano.

La mujer que coloniza el corazón del hombre

con su melena roja como el fuego o la noche.

La mujer que es amada y cómplice de quien escala furtivo

hasta sus ojos y huye por su trenza.

La mujer que es tiempo y vida y corta las cabezas

de los soñadores y verdugos que no puedan amarla.

La mujer desnuda que barre una peluquería de señores.

La mujer que llora a gritos en cada mechón segado

como si el pelo fuera algún recuerdo intacto o una flor ya muerta.

La mujer que conoció a la muerte

y le firmó un autógrafo

y se retrató con ella

y luego regresó una noche para contarle al mundo

los gritos de todas las peluquerías.

La mujer que emborrachó sus labios para aguardar

el beso de algún príncipe encantado de besarla.

La mujer que huye por las vías de la respiración

envuelta en la camisa blanca de un suspiro.

La mujer que conoció el destino de sus manos

y lo repartió en silencio entre los buitres.

La mujer es la fuerza de los hombres. Su corazón

es grande y rojo como el de la lluvia o los caballos:

de mar, de feria, de cartón.

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