El sufrimiento llena la vida del hombre. Es cierto que muchos dolores pueden ser aliviados por la ciencia y por la técnica. Pero siempre habrá parcelas dolorosas que no encuentran un fácil remedio ni una pronta curación. Sobre todo, cuando las dolencias se enquistan en los hondos repliegues del alma.
Una y otra vez se encuentra uno por los caminos del mundo con el escándalo del dolor. Son muchos los creyentes que dicen no entender a un Dios que parece decidido a enviarles penas y sufrimientos. Y los envía precisamente a ellos, que han tratado de aceptar sinceramente la voluntad divina.
Es comprensible este desconcierto. Y hasta la tentación de abandonar la fe en un Dios que parece abandonar a los que dicen tener fe. Sin embargo, todos tenemos que recordar que el Señor nunca nos prometió que a los que tuviéramos fe no nos iban a salpicar los problemas de la vida.
De todas formas, los arañazos que ponen a prueba la fe de los creyentes no se reducen a las enfermedades. Uno de los sufrimientos más frecuentes en el mundo de hoy es el fracaso en el amor. Infidelidades, rupturas, divorcios, abandono del cónyuge o de los hijos. Son situaciones muy difíciles. Cualquier respuesta es insatisfactoria.
Con frecuencia olvidamos que, aun siendo omnipotente, misericordioso y fiel, Dios no impide la libertad de las personas. El Señor no fuerza la voluntad de los humanos, aunque sean nuestros padres o nuestros hermanos.
No podemos ignorar que Dios no ahorró los problemas de la vida ni a su Hijo Jesús de Nazaret. Jesús aceptó la voluntad del Padre, aunque esa aceptación lo llevara al descrédito personal y a sufrir hasta la amenaza de las gentes con las que se había criado en Nazaret.
Da la impresión que muchos de nosotros seguimos identificando a Dios con un fontanero o con uno de esos obreros que llamamos para que vengan a arreglarnos todos los desperfectos y averías que se presentan en el hogar. Pero Dios no puede sustituir el estudio ni el esfuerzo que precisamos para avanzar por la vida.
Hemos de tratar de comprender que muchas personas necesitan una ayuda que no siempre logran obtener. Algunos familiares, amigos y compañeros no encuentran una pértiga para salvar los abismos que se encuentran por el camino.
No basta con darles una palmadita en la espalda. Tampoco podemos limitarnos a decirles que no se preocupen, que todo terminará por arreglarse. Hay mucha gente que necesita un apoyo fraternal o una ayuda realmente profesional para solucionar o disminuir la gravedad de sus problemas.
Ante las situaciones difíciles, siempre hay que balancear lo que creemos ganar con lo que podemos perder. Y finalmente, los que decimos creer en Dios y en su providencia hemos de tener bien clara una conclusión: la fe no debe apoyarse en el éxito de nuestros proyectos, pero no puede llegar a hundirse por el fracaso de nuestros sueños.
José-Román Flecha Andrés
EL VIENTO Y EL MAR
Domingo 12º del Tiempo Ordinario. B.
21 de junio de 2015
"Hasta aquí llegarás y no pasarás, aquí se romperá la arrogancia de tus olas". Con esas órdenes terminantes Dios ha puesto límite a los mares, según él mismo recuerda a Job (Job 38,11). Pero ¿por qué mencionar la bravura del mar?
Como se sabe, según el libro bíblico, Job es un hombre bueno. Ha cumplido la ley del Señor y espera que Dios recompense su fidelidad. Lo que no se espera son los desastres que le sobrevienen de pronto, incluida la muerte de sus hijos y su propia enfermedad.
Los amigos parecen venir a consolarle, pero no hacen más que repetirle la tesis tradicional. Dios premia a los buenos con bienes y castiga a los malos con males. Si a Job le han caído tantos desastres es señal de que ha sido un malvado. Job se subleva y desafía al mismo Dios.
Dios acude a la llamada para recordarle que sólo Él puede frenar la fuerza de los mares. Si Job no conoce los secretos de la naturaleza ni tiene fuerza para dominar a la creación, ¿cómo pretende conocer el misterio de la retribución? Haría bien en callarse. Y eso es lo que hace Job.
LAS PARADOJAS
En el evangelio de hoy aparece también el mar. Un vendaval lanza unas olas tan grandes que el agua va llenando la barca, en la que navegan los discípulos, llevando a Jesús a bordo (Mc 4, 35-40). Este relato tan conocido presenta algunas paradojas.
? Los discípulos han obedecido la indicación de Jesús de pasar a la otra orilla del lago. Pero la obediencia al Maestro y la misión a la que les ha llamado no les ahorran los riesgos y el peligro de hundirse en el mar.
? Jesús ha mostrado su poder contra los demonios. Y mostrará ahora su dominio de los vientos y los mares. Pero ahí está en la barca, dominado por el cansancio y por el sueño. Evidentemente su fuerza se manifiesta precisamente en su debilidad.
? Los discípulos han seguido a Jesús. Y, dominados por el miedo son capaces de pedirle ayuda. Pero el Maestro no deja de reprocharles su cobardía y su falta de fe. Es claro que la fe se presenta como el puente que nos ayuda a pasar del miedo a la confianza.
LAS PREGUNTAS
Este relato evangélico parece girar en torno a dos preguntas que brotan espontáneas de la boca de los discípulos de Jesús:
? "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?" En la pregunta se esconde ya la respuesta. Es claro que a Jesús sí le importan sus discípulos. Los ha elegido personalmente. Y presta atención a sus problemas y dificultades. Al Señor la preocupa siempre la suerte de sus seguidores. Esta es la pregunta de la desconfianza por parte de los seguidores de Jesús.
? "¿Pero quién es éste a quien el viento y las aguas obedecen?" También en esta pregunta se incluye la respuesta. Jesús es un hombre en quien se hace presente la fuerza del Dios que había puesto fronteras a los mares. Esta es la pregunta que revela el camino que conduce a la fe y al testimonio de la fe en el enviado por Dios.
Así pues, los seguidores de Jesucristo hemos de saber que la fe no va ahorrarnos las dificultades y los riesgos. Pero, aun en medio de las dificultades, hemos de comportarnos con la confianza y la esperanza que brotan de la fe.
- Señor Jesús, nos consuela verte cansado y dominado por el sueño, como nos ocurre a nosotros. Pero nos alegra saber que tú puedes calmar las tempestades que suscitan el miedo a ahogarnos, como nos ocurre tantas veces a nosotros mismos. No nos abandones, Señor.
José-Román Flecha Andrés
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