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Las barbas en remojo
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Las barbas en remojo

Actualizado 15/06/2015
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Aunque sigue sin hablar apenas, ni siquiera a través del plasma, él quiere aparentar seguridad, como hasta ahora ha pretendido mostrar, dentro de sus limitadas capacidades, una intermitente e impostada campechanía galaica más propia de ciertas tertulias de casino. A la vez se enorgullece del control de la situación, agarrándose a los números grandes como a un clavo ardiendo y acordándose todavía de no se sabe bien qué lejana herencia recibida.

Mientras tanto uno sigue viendo penurias, gente que a duras penas llega a fin de mes, tiendas de toda la vida cerradas y un ánimo general poco propicio hacia quien hasta ahora ha gobernado, incluidos los favorables de toda la vida. Sobre todo ellos, cabreados que no se atreven a aventurarse por los caminos de otras siglas, meros interrogantes de ecuaciones inauditas, pero frustrados seguidores de un gobierno que prometía mucho y que al poco hizo aguas, sin saber o sin poder afrontar los vergonzosos y delictivos asuntos que le fueron surgiendo, con ministros incendiarios a los que sólo la recalcitrante parsimonia ha mantenido en sus puestos mucho más de lo prudente.

Se veía venir, porque les ha pasado antes a otros. Me refiero a otros países de nuestro entorno, endeudados hasta mucho más allá de los corvejones y que han debido afrontar el enfado general de unas poblaciones explotadas hasta la extenuación para mayor gloria del capitalismo salvaje; ese que hasta el Papa de Roma critica sin miramiento alguno. Ni aun así la técnica del ordeno y mando se dio por enterada y el piloto automático siguió funcionando, sin pasión ni pausa, manejada por quien cree tener la razón indiscutible, la verdad manifiesta a la que los ignorantes mortales son incapaces de asomarse, porque para eso ya tienen unos gobernantes ilustres que trabajan por su bien. Sí, en castellano ese adjetivo posesivo tiene un sentido ambiguo, muy ambiguo diría yo.

Hete aquí que ha habido elecciones y la debacle ha sido enorme, salvo honrosas excepciones. Llegó al punto culminante nuestro protagonista cuando quiso todavía convencernos de su triunfo, empeñado en trabajar con cifras absolutas; pero no vamos a repetir aquí las sonoras interjecciones de una destacada alcaldesa, más que nada porque el capítulo de religión nos toca otra semana. Algunos ingeniosos periodistas saben que el alma cándida de los histriones se hace carne a través de micrófonos entreabiertos u oportunamente colocados junto a orejas confidentes, y es allí donde resplandece la verdad.

Por mucho que alienten los corifeos viendo la botella medio llena, la procesión va por dentro. Es tarde para cualquier pirueta y es pronto para que terminen de pasar las ánimas, rumbo a ese excesivo purgatorio, que no se merecen. Dudo mucho, sin embargo, que las barbas canosas estén en remojo. No parece propio de quien las porta. Se confía en la doctrina Cameron, es decir, más que en las fuerzas propias en los errores ajenos, y sobre todo de los encuestadores, que a veces cocinan sus datos mirando hacia Cuenca.

Falta altura de miras; esto poca gente lo duda. Sobre todo se siguen echando de menos dos cosas, imposibles de todo punto: sentido de Estado por encima del sentido de partido y, como en toda la legislatura, voluntad de pacto en lo esencial por parte de unos y otros. No se dan cuenta de que hay pocas cosas más antidemocráticas que utilizar la democracia de manera egoísta y torcida, ni ven que el ceder suponga casi siempre ganancia para todos.

Como en este minuto los pronósticos son ya sólo electoralistas y la mayoría absoluta un mero instrumento para dejar las cosas algo atadas, desde este modesto guindo, a pesar de su objetiva irrelevancia, se propone dejar de escenificar esta farsa preñada de provisionalidad, adelantar las elecciones generales y ponernos a trabajar todos, por fin, a favor de la moralidad pública.

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