Lunes, 06 de mayo de 2024
Volver Salamanca RTV al Día
concierto de las cuatro estaciones
X

concierto de las cuatro estaciones

Actualizado 14/06/2015
Quintín García

En el corral de labranza de mi casa, cuando niños, había un almendro, sólo uno, verde y vigoroso, que mi abuelo había plantado, según me contaban, con regüeldos traídos de otras tierras. Todos los febreros de todos los años florecía. Y yo, al salir de la escuela por las tardes, deslumbrado por el milagro de las flores, me subía a la quilla áspera que formaban las tres ramas gruesas al nacer del tronco y surcaba en sus brazos el universo al vaivén de su savia adolescente. Allí abrazados dejábamos pasar eternos los instantes. Entreteníamos la dulzura de la tarde en alguno de los juegos infantiles de preguntas y respuestas, aprendido en los largos recreos. Cuando uno de los dos, o el almendro o yo, no sabía responder a la pregunta, perdía su turno, y era el otro el que interrogaba. El mundo era un inmenso acertijo para ambos. Yo le enseñé, entonces, a contar por los dedos y a recitar la tabla de multiplicar recién aprendida en las horas somnolientas de la escuela. De él aprendí a nombrar los colores, a gustar los aromas en mi piel de púber soñador, a oír los gorjeos de los jilgueros que parloteaban de rama en rama estorbando el monótono ronroneo de las abejas al fecundar las corolas. Luego, guardábamos silencio y juntos escuchábamos cómo trepaban por sus brazos y por mis manos los primeros compases de La Primavera. Sonaba azul el cielo, albimorado. También mis manos, en aquellas tardes tibias de febrero, acunado en la rugosa quilla del almendro amigo y confidente, florecían.

[Img #326775]Más tarde, por esas cosas de la vida, arrancaron mis manos de la casa solariega que se fueron a dar sus frutos a lugares lejanos. Mientras, él seguía fiel allí plantado. En Los Veranos de mi biografía, luego, coseché hijos, sudores, nuevos amigos, colores, aromas y sonidos nuevos, palabras escritas en las tablillas de los caminos, sueños y desencantos. Pero los frutos todos de mis manos tenían grabada en su frente una pequeñita señal albimorada, un vestigio azul, un guiño rugoso, apenas perceptible. Era la nostalgia del almendro, la añoranza de mi infancia acunada en su quilla de tres grandes brazos ásperos. Era la ausencia de las preguntas contestadas en una tarde dulce. En mis ojos seguía resonando el aullido repetido, el canto del eterno retorno de La Primavera.

Un día, sin darme cuenta, a la nostalgia del almendro cobijado en mi memoria le crecieron los colores ocres de El Otoño y comenzaron a caérsele las hojas. El viento las dispersó por los cuatro puntos cardinales. Allí donde llegaban las hojas del almendro ?mis palabras-, crepitaban hogueras y luminarias hasta la madrugada. Compartía yo con otros los fulgores del fuego y el calor de mis manos y de mis pies. Pero sables altaneros, pronto, dibujaron en el aire arabescos de plata hasta partir en dos direcciones mi mirada: porvenir y pasado. Divergieron entonces mis ojos hasta desfallecer por el estrábico esfuerzo de imitar al dios Jano con su rostro bifronte: mirar hacia atrás y hacia adelante al mismo tiempo. Fueron años de agrios equilibrios sin dulzainas. Corrieron lágrimas de cansancio. Más tarde, dolidos de presbicia y orfandades, mis ojos se quedaron varados en las solas dulces sinfonías del pasado, sin poder atisbar nuevos colores, sin futuro. Sabían amargos los primeros arpegios del alba. Una nieve temprana fue atemperando los fuegos y cobijó, misericordiosa, las cenizas en las entrañas del olvido.

Con las velas tronzadas por la vida me han devuelto a la antigua casa solariega a escuchar los últimos compases de El Invierno. Por las tardes tibias de febrero le pido a mi hija que me abra la ventana y acerque mi carretón de ruedas al alféizar desde donde contemplo el viejo corral de labranza, revertido ahora en patio ajardinado y limpio. Allí está, junto a la alta tapia, remozada, el viejo almendro amigo, esquelético y roto en buena parte de su arboladura. También a él los vientos de los años le han tiznado la cara de melancolías. Conversamos. Él tiene mejor memoria que yo. Lleva contabilizados por los dedos de sus raíces las almendras que han gestado sus venas ásperas y rugosas en sus ciento cuarenta y tres años. Aún recuerda vagamente la tabla de multiplicar que le enseñé, los juegos infantiles de preguntas y respuestas, mis confidencias de entonces. Ceremonioso, me va presentando a los retoños crecidos de su vientre que se extienden a su alrededor ajenos a nuestras charlas. Yo le cuento mis batallas y mis cicatrices, las cicatrices del fuego, y alguna historieta de mis nietos; y hasta le leo, cuando la tarde viene apacible y mimosa, azules cuartillas con las palabras que han quedado sembradas a las orillas de los caminos recorridos. El otro día me habló de sus temores a las heladas traidoras de la noche por si su andamiaje, cansado ya de tantos partos, no aguantara la embestida. Le confesé yo mis miedos a que esta arterioesclerosis cobarde que me invade avance con los últimos fríos del Invierno y acabe por cerrar del todo mis arterias.

Ayer, el viejo almendro, me dio la gran sorpresa: al asomarme a la ventana descubrí que una de sus ramas, la que mira al poniente, había florecido. Eran unas flores estrelladas y pequeñitas como las de antaño, cuando niños. Pero tenían una luz más intensa en sus corolas. Me pareció que sus estambres morados lucían el esplendor final de una fiesta de despedida. Le correspondí con un gesto flácido, pero agradecido, de mi mano. Porque yo también, desde hace días, escucho en mis ojos, al mirar al poniente, los temblores de esa Primavera, intuida y distinta, misteriosa, a la que me invitan las últimas flores del anciano almendro amigo.

La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.

Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.

La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.

En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.

Comentarios...