Soy un ingenuo...

Y digo que soy un ingenuo porque, en primer lugar, a lo mejor (y más me vale) me creo que lo que escribo y suscribo me acaba haciendo efecto a mí el primero y sobre todo. Y me digo ingenuo, casi inocente, porque tengo la impresión de que en alguna medida así me sucede. Seré ingenuo?

Y también me digo ingenuo porque pienso que algún lector (si es que llega) mejora en algún nivel de su pensamiento o de su vida al leer una reflexión como la que viene a continuación. No sé si esto es ingenuidad, pero en realidad por eso sigo escribiendo a mis años?

Y esto viene por el tema que abordo humildemente en estas líneas. El tema ?hermoso, bello y bueno- me lo prestan unas palabras que hace unos días decía Inés Fernández Ordóñez, que ocupa el sillón P en la Academia de la Lengua; decía que ante todo habría que cuidar y preservar tres palabras: verdad, belleza y bondad. Sería bueno que a estas tres palabras cada hablante castellano las (por cierto, este pronombre es una catáfora, eso que preguntaron este año en algún sitio en Selectividad) limpiara, fijara y diera esplendor, como debe hacer la Academia de la Lengua de todos?

Y le vienen a uno a la memoria antiguas y casi sagradas afirmaciones de la vieja filosofía, como que las tres cosas son lo mismo y se unen las tres en un nivel superior. Y así desde el lejano Platón hasta nuestros días. Y como el latín no hace daño, se puede decir como se decía hasta hace bien poco: verum, pulcrum et bonum unum sunt. Y esto era de tal trascendencia para la existencia y la dignidad de todo lo humano que se les llamaba los trascendentales. Y tocaban la orla del manto mismo de la divinidad. Aunque como casi siempre llegó don Manuel Kant y ya la cosa no fue la misma.

Y es que el juego es tan inseguro como atractivo. Porque a la hora de las verdades concretas tan variables o de las bellezas diarias tan relativas, ¿cómo aceptar que son digna parte de esa totalidad que no alcanzamos? ¿Y qué hacer con lo feo instalado intencionadamente en el trono del arte moderno? ¿Y formas y contenidos tan hábilmente mendaces y tan hermosamente falsos como los que hoy se producen van a ser por ello feos si se ven tan atractivos? Es decir, ¿esos trascendentales hacen que todo sea relativo o fijan referencias absolutas o las dos cosas a la vez o ninguna de ellas? Interesante madeja, ¡no sólo mental!, y con consecuencias bien concretas.

Belleza cuya contemplación no nos hace mejores no es tal belleza, advierte Unamuno en su Diario íntimo. Habría que verlo, claro. O resetearlo, que algo así hace el Premio Príncipe de Asturias H. Gardner en su ensayo Verdad, Belleza y Bondad, reformuladas, donde aborda la cuestión de cómo transmitir esos tres valores ?él los llama virtudes- de la manera más adecuada a unas generaciones nacidas en plena revolución digital, en la que el caos tiene por definición un lugar destacado. Ante esta situación tan contradictoria el autor recuerda aquellas palabras del Ministro de la Verdad en la novela de Orwell, 1984, cuando aclaraba: La guerra es paz y la libertad es esclavitud. Ah, ya entiendo?

No es nada fácil ver y vivir hoy esas equivalencias entre Verdad, Belleza y Bondad. Quizás por eso el papa Francisco, de especial sensibilidad para todo esto y hábil formulador de pautas de vida y de conducta, le proponía a un grupo de jóvenes de una diócesis italiana: Tenéis que construir el futuro con la belleza, con la bondad y con la verdad: buscadores de la belleza, testigos de la bondad y profetas de la verdad. Es, como tantas propuestas de un papa de tanta fuerza como Francisco, un consejo para quienes andamos con el pensamiento débil a cuestas.

El diagnóstico es claro, la receta firmada y sellada. Aunque no sea fácil el tratamiento, nos intercambiamos la Belleza, la Verdad y la Bondad.

PD

Como soy ya mayor, me receto también lo que le (y éste pronombre sería una anáfora) decía Kafka a su amigo Janouch en las calles de Praga: Quien conserva la capacidad de ver y admirar la belleza no envejece. Pues se agradece, oye.