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¿Se dejan tocar los libros?
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¿Se dejan tocar los libros?

Actualizado 13/06/2015
Rafael Muñoz

La lectura es un acto que comienza antes de abrir un libro.

Constantino Bértolo

El libro hace un trabajo análogo al del sueño: metaboliza conflictos sobre una escena imaginaria.

Karine Brutin

Antes también el futuro era mucho mejor. [?] Ya se ha dicho todo, pero no para todos.

Karl Valentin

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Acabo de leer un libro curioso que me ha llegado de la mano de una compañera de lecturas con la que me suelo ver una vez al mes junto a otras personas poseídas, todos nosotros, por el viral efecto de la lectura. Se trata de un bizarro encuentro donde hablamos de los libros que leemos y nos gustan, acogidos, bajo el marbete de Café&Libros, en la Biblioteca Pública de la Conchas.

Sí, ya sé que me estoy yendo a otra cosa y no les hablo del libro que es lo que les interesa, pero quería aprovechar la ocasión para invitar, a quien le apetezca o tenga necesidad de compartir los libros que lee, a darse una vuelta por nuestro lugar de reunión: no hay cuotas ni inscripciones, se entra igual que se sale y se acerca uno cuando quiere y puede; charlamos, como ya habrán deducido por el nombre que nos cobija, con una bebida caliente en las manos. Eso sí, tendrán que esperar hasta mediados del próximo mes de septiembre, porque es entonces cuando vuelven a apetecer este tipo de libaciones y reiniciamos nuestros reencuentros.

Bueno, pues como me disponía a contarles, en la última de esas tertulias, mi colega letraherida nos habló con pasión de un libro: su título, Tocar los libros, encabeza este escrito con ciertas variaciones, y su autor, Jesús Marchamalo, un devoto de estos dispositivos de lectura, a los que ama, como muchos de nosotros (o pocos, la verdad es que a estas alturas no lo tengo muy claro) sobre todo por su contenido, cuando éste merece la pena, pero también, en algunos casos, por su continente.

El jugoso texto, que ha vivido las vicisitudes de tres ediciones, cada una en una editorial diferente, habla de nosotros, los lectores. Y lo hace mediante anécdotas de lo más entretenidas. No en vano, el autor, periodista cultural y escritor, lo ha tratado en varias ocasiones y con diferentes enfoques.

Este es un libro cómplice para todos aquellos que amamos la lectura y los libros, y podemos reconocernos en él, en su amplio, divertido y también curioso anecdotario. Como cuando habla de los libros leídos pero que hemos olvidado. Lo traigo a colación porque, curiosamente, esto mismo ocurrió con mi persona: interesado por el tema, pedí a mi amiga de lecturas que me lo dejara, y cuando comencé a leerlo percibí una confluencia de ideas con lo que exponía el autor, quizá exagerada, cayendo en la cuenta de que lo había leído, y que además poseía en mi biblioteca su primera y cuidada edición en Cuadernos de la Mangana.

Pero también es un libro con propiedades, digamos? terapéuticas: los lectores no tenemos o quizá no propiciamos en exceso los tiempos para comentar sobre lo que supone la lectura como hecho vertebral en nuestras vidas. Hablamos, aunque de forma más bien escasa, de textos que en concreto nos gustaron, pero casi nada sobre la forma en que los leemos, cómo nos sentimos cuando lo hacemos. Dónde, en qué lugares (bibliotecas y/o librerías) nos hacemos con las historias que nos cuentan; cómo son nuestra bibliotecas, su ordenación y dónde las ubicamos: lugar de trabajo, dormitorio o baño? En qué medida y para qué suerte de cosas nos resultan útiles los libros que leímos o los que todavía esperan que los leamos; si los subrayamos o comentamos en sus márgenes. Si solemos prestarlos y devolvemos los que nos prestan. Si nos deshacemos de los libros que no nos interesan. La relación con sus autores, mediante firma de los originales o encuentros organizados para hablar de sus obras? Todo esto, nos hace sentir bien, al comprobar que no estamos solos con nuestras parafernalias lectoras.

Hay muchas más cuestiones que, junto a estas que esbozo, se recogen en este pequeño gran libro, pero quizá les ayude a comprender mejor de lo que habla, fundamentalmente a todos aquello que estamos tocados por este rayo que no cesa, cuando se refiere al libro desde su categoría de talismán o fetiche, de objeto vivo y vivible, que se relaciona y nos acompaña en muchas de las circunstancias que van pautando nuestra vida: amores, desapegos, momentos de incertidumbre y felicidad?

Lo que si echo en falta en el libro de Marchamalo, tan vinculado por otra parte con verbos hermanos como palpar, acariciar o manipular; bueno..., si hemos de ser justos, sí lo hace, cuando por ejemplo nos dice que: Hay libros indispensables que nos obligan a poseerlos, a conservarlos para hojearlos de vez en cuando, tocarlos, apretarlos bajo el brazo. Libros de los que es imposible desprenderse porque contienen fragmentos del mapa del tesoro.

Aunque es verdad que los usos del verbo tocar ocupan todo el libro, le dan forma, lo vertebran y abarcan, uno, y a eso iba, echa de menos su conjugación, digámoslo de este modo, referida a otro tipo de tocamientos (no se me desvíen del asunto principal) que estarían vinculados con el e-reader o dispositivo de lectura electrónica, popularmente denominado e-book.

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Nunca un libro como este se dejó tocar tanto (no se me descentren) y con mayor eficiencia: con un solo dedo, el índice, podemos pasar una y mil páginas, saltar de una novela a un ensayo, abrir el libro y cerrarlo. Pero, hay más, sobre todo para los que la vista ya no nos alcanza (según para qué cosas): con la ayuda de otro dedo, en este caso del anular, podemos aumentar el tamaño de la letra. Y más todavía: con los cinco dedos, podemos llevar nuestras (varias) lecturas de la mano, y también sostenerlas, con una sola, cuando nos la echamos a los ojos.

Quizá el autor, en una nueva edición de su curioso y sugestivo libro, se avenga a escribir otro capítulo hablando de estos nuevos contenedores de lectura. Conociéndole bien por sus publicaciones, estoy seguro que dejaría bien claro, negro sobre blanco, que lo que a todos nos interesa son las historias, poder hacerlas nuestras, independientemente de donde se cobijen. Aunque, naturalmente y sin ninguna duda, sigamos sintiendo un inmenso placer al acariciar las texturas del papel que abrigan las letras, el lomo de los libros, las ilustradas imágenes, también el olor de ciertas tintas?, en fin, poder seguir tocando los libros.

Pero quizá perdiendo el miedo a poder tocarlos de otras mil maneras; no vaya a ser que nos ocurra como a este monje protestón:

Rafael Muñoz

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