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Cuando despertó, ya estaban allí
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Cuando despertó, ya estaban allí

Actualizado 11/06/2015
Juan José Nieto Lobato

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Cuando despertó, las canastas ya estaban allí. Este es el microrrelato que me inspiró lo vivido el fin de semana pasado en la undécima edición del Torneo Internacional de Santa Marta de baloncesto a propósito del cual, infinidad de niños y padres se concitaron en la villa transtormesina para disfrutar de dos intensas jornadas en torno a la órbita gravitacional de un simple balón, esa esfera de la que en el colegio nos enseñan a calcular su volumen con una fórmula que mi memoria ha tenido a bien almacenar en el cuarto de lo inservible.

Cuatro tercios de pi erre al cubo tuvieron la culpa de muchas sonrisas y alguna que otra lágrima con la que expulsar del organismo el regusto amargo de la bilis que acompaña a la derrota. Derrotas que son en cualquier caso pasajeras; más aún en un deporte generoso a la hora de conceder segundas oportunidades a todos aquellos que no renuncian a la lucha ni a la confianza en sus compañeros. Pero estas lecciones que aporta el juego no habrían tenido lugar sin el esfuerzo silencioso de decenas de voluntarios que madrugaron para colocar las canastas, acondicionar las pistas, llenar las neveras con abundantes refrescos o anotar y llevar el tiempo en cada partido. Tampoco sin los árbitros que se ofrecieron a asumir la responsabilidad de dirigir los encuentros a cambio de nada o sin los entrenadores que acompañaron a sus chicos en el mencionado proceso de aprendizaje e interiorización de unos valores, los del baloncesto, que nos hablan sin hablar de honor, respeto y solidaridad.

Lo que ocurrió el pasado fin de semana en Santa Marta es solo un ejemplo más de voluntarismo y filantropía, las bases de una economía sumergida que genera valor sin demandar nada a cambio, que tributa en una divisa llamada ilusión y se cobra con sonrisas y muestras de agradecimiento todo su esfuerzo. Fue, simplemente, una muestra más de como la economía colaborativa, en las antípodas del funcionamiento mezquino de su correlato mercantil y de los mercados financieros, es capaz de hacernos olvidar que amanecerá un nuevo lunes gris sobre nuestros tejados.

Por ello he decidido ocupar este espacio semanal, en el que habitualmente divago sobre grandes nombres y acontecimientos, con todos aquellos seres que, como hiciera un día el autor del Lazarillo de Tormes, nos permitieron, con su anónima labor, volver a asombrarnos y redescubrirnos en la picaresca desprovista de malicia de un niño inmerso en plena labor de supervivencia; ya fuera en la Salamanca del siglo XVI, ya, como el pasado fin de semana, en una pista de baloncesto en los albores del tercer milenio. Infinitas gracias. No podemos pagaros de otra forma.

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