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Me esperan en casa
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Me esperan en casa

Actualizado 10/06/2015

Las coartadas son construcciones habituales del comportamiento humano. Se construye una situación que resulta incuestionable a la mayoría para justificar que algo deja de hacerse. Es un término que tiene resonancias negativas porque generalmente se vincula con casos delictivos o que generan graves tensiones en la convivencia. En el cine o en la novela negra la coartada sirve para evidenciar que el acusado estaba en otro sitio bien diferente del lugar del crimen, que motivos aplastantemente obvios contradecían la posible autoría delictiva. Pero aquí no me refiero a esas situaciones que rayan con cuestiones de vida o muerte, con acechanzas de recibir un castigo severo o de perjudicar seriamente a alguien. Me interesan aquellas que configuran el relato existencial cotidiano de nuestras vidas monótonas.

¿Cómo solventar una invitación no apetecible? ¿De qué manera superar un comportamiento que puede ser tildado de insociable? ¿En qué medida escurrir el bulto en una circunstancia azarosa? En mi infancia escuchaba a los mayores una expresión que no sé si ahora hace fortuna: una mentira piadosa era la respuesta adecuada. Algo que se hacía para salvar el buen orden de lo que nos incomodaba, un pretexto oportuno algo fantasioso e inocente que apenas si acarreaba un rubor pasajero. Pero a mi no me convence el término, quizá porque lo piadoso me genera desazón y mentir me provoca angustia que acaba en un estado lacerante de inevitable remordimiento.

Una solución casi perfecta es la de establecer una vida paralela plausible. Un escenario habitual compartido por todo el mundo, y por consiguiente creíble, cuyo recitado es inmediatamente asumido por el amable interlocutor que a toda costa quiere retenernos donde ya no estamos a gusto un minuto más. En ese contexto, decir que te esperan en casa es la coartada perfecta ante la que nadie insiste, porque ¿quién no tiene casa?, y, más aun, ¿quién no tiene a alguien que le espere allí? Poco importa el tamaño, la condición o el lugar donde la casa se sitúe. Una urbanización de lujo, un piso de clase media o una vivienda popular configuran el imaginario de una casa, aunque haya gente que vive en el rincón discreto del parque municipal. Menos importa si lo que te espera en casa es el cuidado alienante de otras personas porque nadie echa una mano, un jilguero en su jaula dorada, o incluso la terca negrura de la dulce soledad.

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