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Ordenando el desorden
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Ordenando el desorden

Actualizado 08/06/2015
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Quien, con las elecciones a medio cocer, haya dejado el país unos días y haya vuelto esperando saber el resultado de las elecciones pasadas es un optimista redomado; lo cual no tiene por qué ser bueno, ni malo, aunque tal vez sea poco útil para desenmarañar ahora mismo el panorama. Adoptemos, pues, por mero afán pseudocientífico una perspectiva crítica, por supuesto muy discutible, pero con algunas pretensiones de sensatez.

De la campaña mejor olvidarnos, a pesar de que esta vez casi se tuvo que tragar uno sus propias palabras sobre la usual inutilidad de estos eventos festivos, que muy fácilmente se convierten en actos de impostura y de derroche; es cierto que el porcentaje de votantes dubitativos era muy alto y había margen de juego para tratar de convencer? De las ofertas programáticas también hace tiempo que cualquier persona prudente ha perdido la fe: las circunstancias, sean éstas previsibles o imprevisibles, siempre son una magnífica coartada para que el sillón de mando opere curiosas relativizaciones de las promesas al pueblo soberano. Este es el contexto previo. Poco alentador, es cierto.

Y a posteriori ¿qué ha sucedido? Pues que algunos no se han enterado de nada, y mira que se les ha avisado por activa y por pasiva. Aquí estarían los que afirman que han ganado las elecciones, sin que les tiemble el aliento. Atrevimiento supino, cuando hasta el bueno de Juan Vicente debe negociar para mantener la talla. No sería exagerado afirmar que las elecciones no las ha ganado nadie. Pero todas las generalizaciones son injustas: el alcalde de mi pueblo ha logrado una rotunda mayoría absoluta, y más de uno debería preguntarse por qué. Tal vez tenga que ver con un modo abierto de gobernar y de ser crítico con las propias posiciones. Sin embargo, sé de otros a quienes los de toda la vida han puesto la zancadilla, por envidias y rencores, queriendo ser inmunes a toda renovación. Craso error.

Hay, por otro lado, renovaciones a medias, que se mantienen en el alambre de la inseguridad, cuando no tienen que afrontar las consecuencias de atrevidos ejercicios de funambulismo electoral sureño que todavía no se saben cómo van a acabar. No me negarán que la cosa promete, porque a estos les parece haber ganado, simplemente por no haber perdido todo lo que se anunciaba, y seguro que se equivocan poco porque algún cacho pillarán si ejercen las habilidades que se les suponen. Esto de estar pendiente de varias elecciones pasadas, todavía sin cerrar, y a un paso de las próximas, como es evidente más que abiertas, es para maestros de la diplomacia bizantina. Quizás no llenar demasiado el estómago de comida y vino ayude a las conversaciones sobre baloncesto y cuestiones adyacentes.

¿Y los nuevos qué? ?me perdonarán los irrelevantes, porque el espacio que con generosidad me dejan es reducido-. Muchos felices como perdices manejando el cotarro como sólo en sus últimas elecciones estudiantiles habían conseguido. Algunos pasados de frenada, a consecuencia de algunas campañas infames, pero también de bastantes explicaciones pendientes, que no han tenido aún la franqueza de dar, a pesar de su preparación y de sus modos estudiados ?coleta incluida- y de una moderación sobrevenida de la que cuesta convencer. Mientras otros también haciendo suyo el voto a la contra, pero con una ambigüedad manifiesta y calculada que para su desgracia, y puede ser también de la nuestra, tiene notoria fecha de caducidad.

Con razón me pueden decir: "Esto no es un desorden, sino simplemente política". Y hasta aceptaría que me añadieran "estúpido", como en la manida cita clintoniana. Ahí reside mi esperanza: vamos a ver si somos capaces, ahora que lo tenemos a huevo, de dejar a un lado los cambalaches, el tú te pones aquí y yo me pongo ahí, para acordar políticas públicas orientadas al bien común, en beneficio de la mayoría y respetando a las minorías, garantizando que la participación democrática no se reduzca a introducir un voto en una urna cada cuatro años. Pero ya ven quién está cayendo en el optimismo desenfrenado, y al final tendré que ser yo mismo el que me calce como un guante el incómodo vocativo aplicado a quien no sabe de dónde le viene el aire.

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