Acoso escolar y acoso social
Cuando hay una tragedia salen las distintas versiones a buscar culpables de distinta envergadura y muchas veces con una intención e interés político.
No existen fórmulas mágicas que puedan evitar la desesperación de una determinada adolescente para quitarse la vida. Hay un bombardeo continuo que infecta televisiones y redes sociales sobre las imágenes de éxito físicas y materiales.
Parece que sólo tienen derecho a la vida determinadas genéticas y cuantiosas fortunas, nos llevamos las manos a la cabeza y sin embargo confirmamos las expectativas de belleza y resultados.
No es cuestión sólo de recortes sino de distancia entre padres e hijos y profesores y alumnos. La escuela para que pueda transformar la sociedad cruel con los que no cumplen los patrones, tiene que elegir a los maestros de otra forma. Tienen que vivir con pasión su oportunidad de compartir la vida aprendiendo y conviviendo con sus alumnos. Pero también los padres tenemos que abrir los ojos y el corazón para vibrar con nuestros hijos aceptándolos como son admirando sus potenciales y dándoles responsabilidades desde una temprana edad.
En nuestra casa escuela tenemos la máxima que no podemos ser educador de un chico/a si no sabemos decir diez cosas positivas a bote pronto.
La inmensidad de una persona es un continuo aprendizaje para quien la acompaña, por eso las familias grandes y las comunidades educativas pueden engrandecer el corazón y la percepción de uno mismo.
Si nos reímos del aspecto de un niño, de su forma de vestir, de sus aficiones y de sus aflicciones podemos encontrarnos con que se rompa su umbral de sufrimiento cuando tampoco estamos entrenando a los niños para tolerar las frustraciones.
Los adultos estamos muy despistados, no sabemos cómo se sienten nuestros niños y no parece que nos importe. Frivolizamos con normas y protocolos que no resuelven la ansiedad de quien se siente incomprendido.
Llegamos tarde mal y nunca a reforzarle en matemáticas, llegamos tarde mal y nunca a preguntarle por sus amigos, llegamos tarde mal y nunca a saber lo que piensa, llegamos tarde mal y nunca para acompañarle cuando sufre, llegamos tarde mal y nunca a decirle lo mucho que nos importa, llegamos tarde mal y nunca a decirle lo mucho que la queremos, llegamos tarde mal y nunca a decirle lo mucho que vale. Llegamos tarde mal y nunca para salvar su vida.
La próxima vez que alguien se pare en el pasillo, las mire con ternura y les dedique unas palabras amables.
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