Hacía años que guardaba su corazón en la mesilla, con cerradura, aseguraba con fuerza y metía la llave en la cartera. Lo protegía ante cualquier posible amenaza. Estaba intacto, sólo se lo ponía al acostarse, debía de cumplir alguna función vital, según los libros que había leído.
No cabía duda, se había convertido en el órgano más preciado. Tenía un valor incalculable.
Sin saber cómo, aquella noche, al dormir con ella, se le olvidó.
Se despertó, se despidió y se fue. De camino, pisando las hojas de los árboles, como en las escenas de las películas que nunca le interesaron, recordó que también había olvidado besarla a ella.
"Mañana, quizá". Y sonrió imaginándolo.
Mañana sería tarde, al abrir el cajón de la mesilla contempló horrorizado cómo su corazón se había secado.










