¿Cuál es la aportación de la fe en medio de la revolución multimedia?
Para comenzar, dos observaciones oportunas: por un lado, se constata una abundancia de lugares en Internet y en las redes sociales donde se habla de Jesucristo, de Iglesia y de cristianismo. Por otro lado, 50 años después del Concilio Vaticano II, sigue vigente la dialéctica entre fe cristiana y cultura. El hombre y la mujer de hoy parecen no entender ni los gestos ni las palabras del Credo y de los ritos cristianos. Como si la fe apuntara a la trascendencia y la cultura remitiese al sujeto; la fe conllevase la coherencia con normas convencionales y la cultura situase al sujeto como maestro y señor; el cristianismo estuviese restringido a una casta de iniciados y la cultura fuese asunto de todos. O ?con una imagen utilizada por el papa Francisco, recurriendo a uno de los más célebres frescos de Rafael, que se encuentra en el Vaticano y que representa la Escuela de Atenas? como si la Iglesia fuera Platón, con el dedo apuntando hacia lo alto, hacia el mundo de las ideas, hacia el cielo; mientras que, la cultura de hoy, como Aristóteles, tendería la mano hacia delante, hacia el observador, hacia la tierra, hacia la realidad concreta. En resumen, la cultura de hoy seguiría ensanchando la brecha entre ella y el mundo de fe, como ya denunció el beato Pablo VI.
Después de lo afirmado más arriba, es nítido que la fe cristiana puede ayudar, al menos, en estas tareas:
se exalta lo superficial, lo ambiguo, lo vulgar, lo exagerado; lo horrible (horribilis), donde se exalta lo zombi, lo diabólico, lo esotérico, lo telúrico y lo gótico extremo. Solo la verdadera belleza salvará el mundo, afirmaba Dostoievski.
En resumen, el triángulo para superar lo más negativo y cuestionable de la sociedad tecnolíquida pasa por:
Estas son las tareas de fondo de la evangelización en las nuevas tecnologías y redes sociales, y algo de lo mucho que nuestra fe cristiana puede ofrecer. Para ello se necesitan nuevos "tecno-evangelizadores", que no significa suplantar, ni mucho menos anular, a los catequistas o a los mismos celebrantes. Porque es cierto que las nuevas tecnologías mediáticas no anulan la acción del Espíritu Santo, pero la favorecen o la retrasan, y hasta la ocultan.
En el nº 2.927 de Vida Nueva
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