Bueno, son solamente dos, pero de alta categoría. . A una, Santa Teresa, la venimos recordando hace meses por el V centenario de su nacimiento el 28 marzo 1515, a la otra, Santa Bonifacia, la recordamos justamente hoy, día 6 de junio, porque nació este día y en el año 1837. Hay 322 años de distancia entre las dos y hay razones para recordarlas juntas.
Las dos vivieron experiencias parecidas en muchos pasos de su aventura cristiana, salvadas épocas, distancias y alcances. Murieron prácticamente con los mismos años, entre 67 y 68, aunque Bonifacia disfrutó de mejor salud pero soportó parecidos sinsabores y las dos vivieron en años recios y difíciles. Y las dos son, también para hoy, un ejemplo de valores de humanidad, de compromiso con lo que hay y de fidelidades cristianas aun en el límite.
Muy diferentes por nacimiento, una de familia hidalga y la otra nace y crece en medio de la pobreza urbana, van a tener una juventud muy distinta. Teresa tiene una vida fácil y cómoda, pero Cándida comienza a trabajar como cordonera a los quince años. Y más diferencias hubo en las circunstancias concretas que cada una vive en su vida, desde los muchos libros de Teresa y los poquitos de Bonifacia, hasta ser fundadoras de congregaciones religiosas tan distintas, una contemplativa, con Teresa, y la otra de justicia y trabajo, con Bonifacia.
Y sin embargo las dos, sin poder fijar en concreto quién más y quién menos, viven la experiencia de su vida cristiana con pasos iguales en la realidad profunda de su alma y de su tiempo.
Fuertes en la fidelidad
En Teresa las dificultades, trampas y oposiciones le vinieron de los Calzados, de clérigos y frailes que no veían la razón de la reforma que ella proponía, de los vigilantes de la ortodoxia y de la hipersensibilidad ante todo lo que sonara a alumbrado o visionario, por casi todos los lados enemigos de cerca y enemigos de lejos. Bonifacia tuvo su peor enemigo en su propia congregación y desde ella sufrió humillaciones, rechazo, desprecios y calumnias hasta hacerla salir de Salamanca, fue incomprendida por el obispo y combatida por el clero diocesano de Salamanca que no captaba la hondura evangélica de aquel proyecto con chicas obreras y finalmente parte de sus mismas hermanas promueve su destitución como superiora. Se va sola a Zamora y después de intentos humildes y humillantes muere fuera de su ciudad, de su casa y de su congregación. Pero muere, ella también, "hija de la Iglesia". Es toda una biografía su casi última palabra: "No volveré a la tierra que me vio nacer ni a esta querida Casa de santa Teresa". No se puede dejar de subrayar que, no sé si el detalle es irónico o providencial, esa casa es la Casa de Santa Teresa en la que se asentó la comunidad carmelita y en la que vive la comunidad de sus Siervas de San José.
Capaces y lúcidas para ver la realidad en la que viven
Teresa tarda más en darse cuenta; sólo alcanza la revelación de lo que debe hacer después de larga enfermedad y de 20 años medio perdidos en la mediocridad de su monasterio. Le quedarán más de otros 20 para llevar a cabo su idea de las nuevas fundaciones, defendiéndola con razones, con los buenos consejos buscados, con resistencia personal y con la oración.
Bonifacia descubre muy pronto y en sí misma la fragilidad de la mujer en la sociedad salmantina y decide poner su parte, y luego su fundación, para recobrar la dignidad y la independencia de chicas como ella a base de derechos tan elementales como aprender a leer, ser independientes y conseguir solvencia con el trabajo. Por eso su humilde taller de costura y cordonería, como cualquiera de las pequeñas fundaciones de Teresa, es un espacio de trascendencia evangélica, de humanidad reconocida y de espacio libre en medio de la Iglesia y de la sociedad.
Habría mucho más, pero el espacio no da para tanto y todavía quiero añadir dos cosas:
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