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Topo y Bombilla
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Topo y Bombilla

Actualizado 05/06/2015
Luis Miguel Santos Unamuno

Pues sí, qué bien me vino el evento postelectoral de mayor interés de la semana pasada, más que los pactos. Me refiero a la pitada al himno y a la desconsideración con el Rey (creo que en algún lugar está escrito que eso es delito, ¡qué palabra!, habrá que hacer algo). No diré que disfruté para que nadie me sitúe equivocadamente en un bando u otro pero desde luego sí que lo aproveché. Resultó el mejor antídoto para el miedo al folio, digo la pantalla en blanco, que tanto atenaza a escritores y articulistas. En un par de minutos me pusieron en bandeja una clase de psicología social y el artículo de hoy.

La pitada no duró mucho pero fue intensa. El aquelarre continuó dos y hasta tres días después en las pantallas de TV3 con un contenido previsible. Para ejemplificar lo que allí sucede me bastará decirles que los seis periodistas encargados de estas tertulias de análisis de la realidad catalana (los mismos que comentaron las elecciones de una semana atrás, de gran importancia política y social) tenían, todos ellos, la misma sonrisa en la boca que el Honorable Artur Mas junto al Rey en el día de autos. No me dirán que no adjetivo bien. Un filósofo, digo yo que sería, apostilló que es mejor silbar que insultar y que no le gustaba nada la pose, demasiado marcial, del Rey. Además a despecho de su escaso interés político y después de compararle con Mozart los tertulianos y con Dios los tuiteros, léase votantes, repitieron, solazándose, el gol de Messi 38 veces, que las conté, y de lo que no me quejo porque fue un golazo. Algún día se harán tesis doctorales sobre la influencia de este jugador en la independencia de Catalunya.

En fin, al grano. Lo primero que se vio allí tuvo que ver con las enseñanzas de Tajfel un psicólogo que fijó las condiciones para sentirse miembro de un grupo y esa ilusoria sensación de semejanza cuando se comparte un signo definitorio. Aquellas dos aficiones, unidas por un sentimiento, eran, en ese momento, grupos tan compactos como una secta, sin fisuras, sin diferencias políticas, sin desigualdad de género, sin xenofobia, sin brecha salarial. No me dirán que no es un avance.

Luego comprobé esa especie de ética de videojuego por la cual los jugadores sienten que sus conductas no tendrán consecuencias negativas y no se podrán pedir responsabilidades? sencillamente porque no se podrá. Hace tiempo que lo avizoraba: que cuando no se puede hacer cumplir una ley es casi mejor quitarla. Si no puedes con tus enemigos, únete a ellos. Casi todos a los que he visto entrevistar, incluyendo al afamado Xavi Hernández (¿quizá un día también los hoy premiados Gasol?) han mostrado estar en una etapa del criterio moral propio de la infancia: lo hago porque quiero y porque puedo. Parafraseando a Ovidi Montllor y su Perquè vull: "Després varem xiular. / Perquè vull! / Perquè tinc ganes de xiular!. Libertad de expresión, vaya.

Más me preocupó ver reflejado en la famosa pitada, una vez más, el fenómeno de los llamados espectadores en los casos de violencia, como en el bullying. Muchos escolares que en principio sólo asisten como espectadores no se atreven a defender a los alumnos humillados, en ocasiones porque el acosador tiene ascendencia o infunde pavor pero casi siempre porque piensan que si se unen a los abusones éstos les tendrán por uno de los suyos y se ganarán su aprecio a la vez que eludirán ser la siguiente víctima. No me cabe duda de que la muestra poblacional de la sociedad catalana que se pudo congregar en un campo de fútbol con banderas y silbatos es una muestra sesgada de la población de esa comunidad autónoma y que en ella pocos estarían por la labor de no silbar, pero en caso de que alguno fuera monárquico o españolista, ¿se atrevería a alzar la voz para decir no como cantaba Raimon ("Diguem no: "Hem vist la por ser llei per a tots")? Por cierto Raimon ha dicho no y lo han defenestrado. Les hablaría de Moscovici y de la influencia que sobre las mayorías pueden llegar a tener las minorías cuando tienen determinado prestigio -y cuando son valientes- pero no quiero pasar por demasiado pedante.

Pero, con todo, lo que más me divirtió es que me trajo a la memoria una situación vivida el curso pasado con dos alumnos, muy impopulares ellos, de los más acosados, que se enzarzaban entre las risas de sus compañeros, que les azuzaban para burlarse una vez más de ellos, en una escalada de insultos utilizando sus motes: "¡Topo!" decía uno, "¡Bombilla!" le respondía el otro, siempre a escondidas de los profesores. Y así seguían un buen rato hasta estar a punto de llegar a las manos. Y así concitaban la atención de todos. Cuando me alertaron intervine utilizando una estrategia de la psicología que consiste más o menos en prescribir el síntoma, que es como ordenar que realicen la conducta disruptiva para ponerla bajo su control y que pierda su sentido. Entonces les pedía decir el mote insultante por turnos, con cierta cadencia, primero uno decir cinco veces Topo y luego el otro cinco veces Bombilla, luego en grupos de tres, Topo, Topo, Topo, etc. Parece que eso, o el hecho de hacerles caso y ganar prestigio ante sus camaradas, funcionó. El otro día me topé con Bombilla, ¡uy, qué digo! en la cafetería del insti y me dijo que ahora son buenos amigos. No creo que fuera para hacerme la pelota porque ya le había invitado a un chicle.

Así pues, si me hacen caso, el gobierno debería organizar en lo más recóndito de esas dos comunidades tan levantiscas, hasta que llegue la ansiada independencia y con cierta continuidad, eventos en que se anunciara que se va a tocar el himno nacional. Allí se le haría sonar varias veces invitando a los asistentes a pitarlo para lo que se proporcionarían silbatos a la entrada. Después se descansa y se esperan unos minutos y se avisa que se volverá a poner, etc.

En fin, no sé si soy yo quien está perdiendo el norte así que volveré a los clásicos. Seguro que en Sófocles o en Shakespeare habrá paradigmas que me permitirán entender tantas emociones colectivas.

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