Y mientras tanto, Messi

Menuda pitada al himno y por extensión al rey. Y, por lógica aditiva, también a la institución monárquica y a la actual idea de España como comunidad de ciudadanos libres regidos voluntariamente por una misma ley. Y todo en un campo de fútbol, sí, en el Coliseo de nuestro tiempo, en el Circo Máximo de cada una de esas romas que se hallan repartidas por la geografía mundial. Porque quiere ser Roma Barcelona, lo quiere ser Madrid, quieren serlo también Moscú, Abu Dhabi, Bruselas, Doha, Nueva York, Pekín y tantas otras. Y quieren ser emperadores quienes gobiernan sus destinos y presiden sus palcos. Y quieren ser parte del populum (o solo se resignan a ello) quienes aprueban o desaprueban con un gesto de pulgar el quehacer de sus gladiadores desde las tribunas.

No debería sorprendernos que en estos templos paganos de nuestro siglo se pite y se aplauda igual a celebridades que a himnos o símbolos de diferente tipo. En un ejercicio poco edificante, tal vez, de su libertad personal, actuando muchas veces como coro al servicio de un hábil manipulador, el espectador expulsa toda la potencia acumulada en sus pulmones para expresar su malestar. Ahora bien, ¿no es igual de libre, e irracional, amar u odiar a la patria? ¿No es el campo de fútbol un recinto tan válido como cualquier otro para expresar una opinión o la contraria siempre que no medie, claro, coacción? ¿O es que es violento pronunciarse en contra de un rey y de unos símbolos que representan una idea de nación contraria a la propia por el hecho de ser la de muchos y por poder herir, quizá, sensibilidades? ¿Es un agravante, acaso, hacerlo en un contexto "deportivo"? Pues no lo sé, díganme ustedes.

Me sorprenden, estos sí, los que abogan por mantener alejada la política del fútbol queriendo despojarla de su carácter omnipresente. Las declaraciones que han tratado de poner en valor el carácter exclusivamente deportivo del evento, qué curioso, han sido realizadas por profesionales de la política desde un palco al que han sido invitados por el mismo presidente al que recibirán gustosamente en la sede de la comunidad autónoma, o en el ayuntamiento, para celebrar con él los títulos y recibir una camiseta con su nombre (porque el acto llamado institucional termina derivando en esto). Hace mucho tiempo que el deporte dejó de ser tan ingenuo e inocente como para que no nos sonroje el uso de estos argumentos protocolarios. La manifestación popular y enardecida llevada a cabo por quienes ocupan, previo pago de una onerosa entrada, las gradas de un estadio es la más transparente e inocua de cuantas intromisiones sufre a diario, intramuros, el mundo del fútbol por parte de magnates de la comunicación, gobiernos nacionales y locales, empresas de diferente pelaje o simplemente mafiosos que casi siempre se salen con la suya.

Sea como fuere, queda constatado el carácter irracional que rodea a la actividad deportiva, una actividad de la que las mentes preclaras y retorcidas hacen negocio y extraen réditos políticos o de imagen, mientras que los seres más viscerales se pelean por ser de aquí o ser de allá, (o por no ser ni de aquí ni de allá) por ser de este club o de aquel otro (sabe Dios por qué) y por demostrarlo cantando o abucheando a mayor volumen que la hinchada rival. Y mientras tanto, Messi.