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¿Pactos qué pactos?
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¿Pactos qué pactos?

Actualizado 03/06/2015

En el capítulo XXXIII de la primera parte del Quijote, Cervantes narra la escena del curioso impertinente. Es el episodio de dos amigos entrañables, Anselmo y Lotario. En un abuso de confianza, el primero pide a su amigo que ponga a prueba la fidelidad de su esposa Camila. Lotario, en un principio se resiste a complacerle, comparando a la mujer a un finísimo diamante, y le pregunta: ¿Sería justo que te viniese en deseo de tomar aquel diamante, y ponerle un yunque y un martillo, y allí a pura fuerza de golpes y brazos probar si es tan duro y tan fino como dicen?... Pues haz cuenta, Anselmo amigo, que Camila es finísimo diamante, así en tu estimación como en la ajena, y que no es razón ponerla en contingencia de que se quiebre? Continuando con sus argumentaciones: "Has de usar con la honesta mujer el estilo que con las reliquias: adorarlas y no tocarlas". Lo mismo pasa con la honradez.

Simular que se vive en la dignidad y la honradez mientras se prescinde de ella es deslealtad e hipocresía. Tampoco es digna de elogio la actitud del que siendo digno y honrado se presenta como si no lo fuera, ya que da muy mal ejemplo. Pero lo peor es el caso del que carece de dignidad y honra y alardea de tenerlas. En todas las épocas se ha dado la pérdida de la dignidad y la honradez. En nuestros días el desenfreno permisivo, el no pasa ná, conduce a quitarle importancia, y en consecuencia a que se dé el fenómeno. Con la propagación de tal costumbre parece que la indignidad, en todos los aspectos de la vida humana, económica, política y social, sea buena, y que la dignidad sea una falta de naturalidad, o que sea propia de tontos.

Últimamente estamos asistiendo a innumerables ejemplos que nos dan que pensar y si vamos por buen camino. Se ve bien ahora pactar, o nos lo quieren hacer ver. Pactar con los que representan la corrupción, en sus propias personas, o que tienen mucha oscuridad en sus mochilas, no es de recibo. Pactar, tolerar o votar a este tipo de personajes supone ser cómplices de sus actos y tolerarlos. Algunos tanto de un lado como de otro han asumido que España es su cortijo, que el bien está de su lado y que los ciudadanos somos sus jornaleros, de los que se acuerdan para subirnos los impuestos, pedirnos los votos o para que nos quedemos calladitos en casa.

Eso no debería ser así pero, por otro lado, estamos acostumbrados a que tan sólo se hable de la corrupción económica. Pero la corrupción está muy metida en las estructuras de la sociedad y del estado. Algunos estamos acostumbrados a ver u oír casos que lo bordan, de cargos o jefes que están de baja en el Caribe, para luego empezar las vacaciones oficiales, o de otros cargos que dan órdenes para que nadie apruebe tal o cual oposición, previo acoso continuado de los aspirantes, para poner después por falta de aspirantes, a un tal o cual a dedo que no tiene ni papas, pero que es pariente sanguíneo o político de tal, o que después de aprobar una oposición te encuentras con una letra pequeña que dice que todo tu concurso no vale nada porque sólo vale lo que tiene para el concurso el primo de zumosol, con prohibido alegar o recurrir, porque existen las amenazas. O que se convoquen oposiciones para quedar bien y, después de hacer caja, y jugar con las aspiraciones de los opositores durante años, no las aprueba nadie, pero políticamente quedamos bien. Que la tal o el cual que no sabíamos de que estaba trabajando resulta que se encama con la tal o la cual, y que de repente ya tiene la plaza o ya está en plantilla, y nadie sabe cuándo se ha convocado. Que resulta que ese sindicalista tan combativo ahora es el jefe de tal o cual sección de tal o cual empresa, con un sueldo que si hubiera trabajado 30 años no lo soñaría. La realidad es esta, pero todavía hay más después de ganar cuatro juicios puedes encontrarte que pierdes el quinto sin posibilidad de recurso por tal o cual defecto de forma, sin saber la causa. O si vas a la ventanilla de al lado te lo solucionan en cinco minutos, cuando en la otra te dicen que está todo mal. O la última que te dicen que no te pueden atender porque no has pedido la vez por teléfono, y cuando llamas te atiende por teléfono el que te acababa de decir que no te atendía... Estos son ejemplos del día a día de nuestra ciudad. Podríamos seguir poniendo ejemplos, uno tras otro, que de seguro todos los lectores me ayudarían a poner ejemplos. Quizás deberíamos poner una ventanilla única para denunciar todos estos desaguisados diarios que sufrimos los trabajadores y los ciudadanos en nuestra vida diaria. Producto todos ellos del "laissez faire" como dirían los franchutes, muy propio de los españoles. Esa es la causa de la enfermedad de nuestra sociedad todo el mundo se cree con derecho a hacer lo que le da la gana, porque al final parece que el cortijo no es de nadie, porque nadie lo defiende.

Y es que al delincuente, personas de moral distraída, vagos, personas de dudoso pelaje o forajidos, que pueblan nuestra vida política y social se les da un valor o brillo que por comparación no hace más que degradar el nivel de honradez y dignidad de muchas de las personas de nuestra sociedad que tienen una formación extraordinaria y que, por ella, en muchos ámbitos, sufren lo que no está escrito.

El delincuente o forajido tiene ahora y ha tenido desde antiguo la habilidad de arroparse con pretextos varios tendentes a producir impunidad por sus fechorías o actitudes. Si los sentimientos más profundamente humanos no deben perderse, lo que no podemos hacer es caer en la candidez de elevar a categoría de personas normales, sensibles o solidarias a los que no dudan en atacar a la sociedad, a su país, a sus instituciones, a una persona de bien, en definitiva a España. Ser honrado y parecerlo.

Ambas cosas son necesarias a la vez. Es un principio que no puede cambiar: desde tiempos antiguos o de Cervantes sigue valiendo igual, porque es inherente a la dignidad de la persona. No pongamos en el pacto a quién, o a lo que más debemos amar y defender, que es la honradez, para no quedarnos sin nada. No pactemos con el pan para hoy y el hambre para mañana.

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