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A ese gran hombre. Por Elena Redondo Escalante
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A ese gran hombre. Por Elena Redondo Escalante

Actualizado 03/06/2015
Eugenio Sánchez Redondo

Es duro encontrarse de nuevo con ese sillón, vacío al lado de la chimenea. Esa chimenea, que te acompañó en tus soledades buscadas, la que alimentabas con tus sueños, con tus ilusiones. El crepitar de la lumbre y las visitas de Juan tu única compañía.

En el sillón de esa humilde cocina, quedan guardadas tus historias, tu vida. Una vida dura, de la que sólo salen adelante grandes hombres.

Ese sillón, está lleno de historias de trabajo, de lucha por salir adelante a pesar del hambre, de las necesidades. No conozco historias de juegos, de peonzas, de balones, de ir al río a tirar cantos rodados...

Tu vida te robó la infancia, en cuanto levantaste un palmo del suelo...primó la necesidad. Casi con la edad de Daniela (8 años), ya eras un pequeño hombre trabajador, cuidando un rebaño, del que a escondidas del dueño conseguías tomar algo de leche recién ordeñada para llenar el buche.

Ese sillón me cuenta, como acompañabas a tú padre Juan "el cazador", ayudándole con las trampas, localizando las víctimas, ordenando a los perros.

Ese sillón, me cuenta de tu servicio militar en Madrid. Me puedo imaginar lo que pudo ser para ti, aterrizar en una gran capital, ese gran hombre, ya alto y espigado, con su pelo enjabonado para atrás, con su humilde petate a la espalda, llegaba a Madrid a cumplir son su deber.

Ese sillón, cuenta como en alguna visita fugaz de las que hacia María a su familia en Baños, la echaste el ojo. Pero no hubo tiempo para bailes, no hubo tiempo para romanticismos, de nuevo la necesidad te robó esta etapa de la vida, las mariposas del estómago volaron. Querías una vida mejor, para ofrecérsela a María y en Alemania estuvo la oportunidad.

Años de emigrante, de lucha, de estar rodeado de gente que habla raro, alejado de la familia, pero estaba claro, que nada podía con este gran hombre y durante un tiempo pudiste soportarlo todo, por conseguir tu sueño, un huerto en Baños que llenar de tomateras con las que alimentar a tu familia, que en Alemania se amplió.

Ese sillón me cuenta de tu vuelta a Baños, de tu partida a Salamanca, de tu búsqueda de trabajo, de las llamadas a las puertas de conocidos para que te dieran una oportunidad.... Estaba claro, en cuanto vieron tus manos, esas grandes manos de trabajador incansable, la puerta se abrió.

Tocaron años de colgar cortinas, años de esperar el sonido de la furgoneta de Tomas en tu portal, para continuar con la jornada. Años, en los que pusisteis color en muchos hogares de Salamanca y provincia.

Pero tu cabeza siempre puesta en tu huerto, en qué tocaba plantar o recoger, dependiendo de la época.

En tu vida, no hubo tiempo para el descanso, para el esparcimiento...

Pero ese sillón, también me cuenta historias de orgullo. Aunque para ti al principio fue difícil ser padre, a quien no le viene grande este papel. Llegó a tu vida ese pequeño niño rubio llorón, que vivía tras una piedra, tras una lata a la que dar golpes, que comía sólo con cuentos que María no se cansaba de leerle sobre Rómulo y Remo, que se bebía litros de zumo de tomate... Ese sillón, me trae a la memoria esa mirada llena de orgullo, por ese gran hombre que entre María y tu habéis construido y nos habéis regalado.

Ese sillón, está lleno de esos momentos que hincharon tu gran pecho, desde pequeño ese rubiato fue destacado deportista. Paredes llenas de medallas, estanterías llenas de trofeos, recortes de prensa con su nombre, con tu apellido, hablan de esos grandes momentos de orgullo. De casta le viene al galgo.

Lo que a ti te robo TU vida, se lo ofreciste a tu hijo, las horas de trabajo no eran duras, no eran lo suficientemente largas, si conseguías con ellas sacar a tu familia adelante... Lograr un nuevo alto y espigado hombre universitario, que pudiera disfrutar de una vida mejor que la de su padre.

A tu diamante, sólo le ha faltado el amor incondicional al campo, sólo le ha faltado tiempo contigo para saber cuándo plantar las patatas, cuando curar los cerezos, en qué momento mamonar los olivos. Somos una generación de supermercado. Una generación que sólo pone precio y paga por un tomate bonito pero sin sabor.

Aprecio cada día TÚ aceite de oliva, cojo la aceitera y sólo puedo pensar en tus manos trabajando por este oro líquido del que no quiero ver que llegue nunca la última gota. Me pasa lo mismo con Juan, su orégano me mantiene unida a él.

Sólo espero que sigas henchido de orgullo por tu familia y por los frutos que da tú huerto, no te preocupes, yo cuido de tu sillón, cuido de tu chimenea y me preocuparé de que siempre haya un leño a mano para alimentar el fuego.

Hasta siempre gran hombre

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