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Cadáveres execrables
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Cadáveres execrables

Actualizado 27/05/2015
Manuel Alcántara

Quien lea esta mini columna deberá permitirme el guiño que su título plantea con otros muy parecidos cuya trascendencia iluminó tanto al cine como a la literatura. Mientras que hace cuarenta años en la película de Francesco Rossi, sobre la base de una novela de Leonardo Sciascia, Cadáveres excelentes, hacía un acercamiento brutal al mundo de la corrupción política italiana donde la mafia y el entonces longevo partido demócrata cristiano en el poder hacían causa común, los cadáveres exquisitos de los surrealistas (André Bretón, Paul Éluard, Tristan Tzara) de hace tres cuartos de siglo daban pie a un juego colectivo en el que cada autor se hacía cargo de una parte de la obra sin conocer lo que desarrollaban los restantes. Estos cadáveres execrables se refieren a la ruina que deja atrás todo vendaval electoral que se precie.

El lector, o la lectora en su caso, deberán también excusarme porque la búsqueda de la adjetivación del substantivo, que es lo que aquí importa para abordar las secuelas de los comicios del domingo, ignore otras posibilidades imaginativas que, sin embargo, consideré en algún momento. Tales son los cadáveres exasperados de aquellos que tanto motivo de disgusto generaron, o los excedentes de quienes se consideran con capacidad de resucitar, sin dejar de lado los excéntricos o los extraordinarios ajenos a toda normalidad estadística y menos aún olvidar a los expresivos, de perfil popular y simpático; porque ni cadáveres expectantes, ni excitantes, ni exorbitantes, ni expropiados, ni extemporáneos, la verdad, es que no hay.

Mi interés hoy por los cadáveres execrables radica en la constatación de un hecho multitudinario. Una circunstancia que todo el mundo tiene identificada. Un acontecimiento de los que, se dice, apertura una época y ya se sabe que todo alumbramiento conlleva dejar de lado material de despojo. Nuestros ritos mortuorios señalan la necesidad de realizar a su debido momento y forma las pertinentes exequias, pero ello no debe ser óbice para ignorar lo que fue en vida. Adjetivar los restos del finado es un ejercicio de higiene colectiva y también de necesario aprendizaje, de madurez. En un preciso momento en el que la política pareciera levantar el vuelo esta tarea es aún más imprescindible. Si, como parece, las nuevas cohortes que llegan a la cosa pública presumen de estar más implicadas, enterrar a los muertos es una tarea piadosa, pero calificar a sus esqueletos es cuestión imperiosa.

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