Érase una vez...
Érase una vez un país muy lejano, muy lejano, que no se resignó a la indiferencia y decidió ayudar a otros países más pobres a mejorar su nivel de vida, para que los niños como tú tuviesen parques y colegios; los papás y las mamás trabajasen por un sueldo digno; la jornada laboral fuera de cuarenta horas semanales con un mes de vacaciones pagadas al año; existiese retribución a los desempleados, alimentos y vivienda para todos, una sanidad pública eficiente, permiso de maternidad, y pago de pensiones de invalidez y jubilación.
Nuestros políticos, acostumbrados a trabajar por el bien público, les tendieron la mano dedicando una parte de los ingresos nacionales de aquí, para construir allí hospitales, escuelas, carreteras, puertos y aeropuertos. No se olvidaron enseñarles nuestras leyes sobre los derechos humanos, la igualdad, la libertad y la fraternidad, sin dejar en el olvido sus tradiciones.
Las coloristas multinacionales, grandes corporaciones, consorcios internacionales, entidades bancarias y cadenas comerciales de producción y distribución, atemperaron su voracidad, arrimaron el hombro y se establecieron en esos países menos desarrollados para socorrerlos en lo que pudieran. Causaba admiración verlos colaborar con la FAO, UNICEF, PNUD, FNUAP y otros organismos de la ONU para erradicar la pobreza, promover el desarrollo y aumentar el bienestar en esos territorios.
Nosotros y nuestros vecinos abandonamos el limbo de color rosa, hicimos causa común con sus necesidades y acordamos contribuir con un dinero (que en realidad no era imprescindible), para sumar los granitos de arena ciudadanos a la avalancha de solidaridad que se extendía por doquier.
Y cuentan qué, sin saber cómo, de la noche a la mañana desaparecieron las fronteras, los niños desnutridos, "los espalda mojada", los ahogados que huían de la miseria, los explotadores, los pícaros de siete suelas, los nacionalismos mezquinos, los ladrones de guante blanco y negro, los menguados intransigentes, los racistas, los paraísos fiscales, las gentes con cara de corcho y la chusma con buenas tragaderas.
Y colorín colorado...
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