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Mi querida Bicicleta
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Mi querida Bicicleta

Actualizado 18/05/2015

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Miguel Delibes en su bicicleta. Portada del libro.

Se presentaba no hace mucho en la Librería Hydria una nueva edición de "Mi querida bicicleta" de Miguel Delibes. La primera tuvo lugar en Valladolid con la Editorial Miñón- hoy extinguida- en 1988. Aparecía esta historia de recuerdos ciclistas de Delibes como libro independiente del posterior título de 1989 "Mi vida al aire libre", aunque formara parte de él como capítulo, también con el mismo encabezamiento, "Mi querida bicicleta".

La edición actual corre a cargo de una nueva empresa salmantina cuyo espíritu es el de editar textos muy vinculados a la máquina que nos ocupa. Se trata de la editorial LA BICITECA , de Ciudad Rodrigo, capitaneada por el joven emprendedor Manuel Martín Lolo, que ha asumido este riesgo con entusiasmo, impelido por su amor a la bici.

No cabe duda que la bicicleta es uno de los inventos mecánicos que mas ha contribuido al disfrute y bienestar de las personas: simple, al alcance de todos, no contaminante, garantía de salud física y mental? ¿Quién no tiene maravillosos recuerdos de infancia y juventud ligados a este vehículo tan saludable? Bendita bicicleta.

"?Daba otra vuelta pero en mi corazón ya había anidado el desasosiego. Las ruedas siseaban en el sendero y dejaban su huella en la tierra recién regada?"

Fue para mí un honor el poder ilustrar este texto de Delibes en el que narra sus recuerdos en los que el vehículo tenía una presencia destacada. Ya había tenido oportunidad de ilustrar otro libro del autor, "Tres pájaros de cuenta" en 1982 ?una año después de haber sido galardonado con el Premio Nacional de Ilustración- en el que aparecen como protagonistas el cárabo, el cuco y la grajilla. Ni que decir tiene que tuve que documentarme adecuadamente ?fotos, ilustraciones, grabados- para dibujar los pájaros sin que hubiera margen de error en su reconocimiento. La ornitología tiene sus recovecos, al fin y al cabo.

Lo mejor de ilustrar "Mi querida bicicleta" fue poder conocer personalmente a Delibes en una comida junto con Felicidad, mi esposa, y nuestra querida amiga Paz Altés de la editorial Miñón. Don Miguel acababa de ver los dibujos que hice para el libro. Debo resaltar su carácter abierto, afable, sobre todo sencillo, muy lejos de lo que algunas personas que se creen importantes muestran inaguantablemente como muralla o como pedestal. Recuerdo que disfrutaba con el acento extremeño de Felicidad, y le hizo gracia cuando en la charla, una palabra suya, "chiquinino", le hizo sonreir y repetirla. Me alegró que alabara las ilustraciones y que incluso subrayara que uno de los dibujos reproducía con bastante exactitud el lugar de la escena aún sin haberlo conocido. Era el que describía cómo el pequeño Miguel contemplaba con un ojo la bici de su hermano Adolfo apoyada en un banco del cenador y con el otro "la cristalera de la galería que caía sobre el jardín, donde mi padre, arrellanado en su butaca de mimbre con cojines de paja, leía incansablemente las aventuras de Don Quijote "

Su prosa es fácil, llena de claridad , cercana al lector y despierta en él más que probables recuerdos de infancia y juventud en torno a la bicicleta: andanzas, excursiones, incidentes mecánicos o físicos? añoranzas, en suma, de tiempos pasados que, si no fueron mejores, el barniz de la añoranza puede teñir de maravillosos.

" Y allí me dejó solo, entre el cielo y la tierra, con la conciencia clara de que no podía estar dándole vueltas al jardín eternamente?"

En mi caso, fue en el colegio en el que pasé siete años interno cargados de vivencias decisivas e incomparables. En pleno campo y en el centro de Castilla, la bici fue compañera e instrumento de momentos dichosos. El espacio de esparcimiento en los tiempos de recreo era limitado a los campos de deportes y a un patio con jardines rodeado por un cobertizo. A veces, los días de lluvia, podíamos utilizar el hermoso claustro renacentista de San Zoilo. Todo un lujo.

Sólo los que teníamos bicicleta podíamos traspasar esos límites, recorriendo los caminos que rodeaban las tapias y la huerta. Mi primer y único accidente con la bici fue allí, al tomar con demasiada velocidad una curva cerrada. Quedé boca abajo junto a un manzano con los pies colgando de una rama baja.

Los jueves y los domingos teníamos las tardes sin clase y aprovechábamos para salidas pedaleando fuera del colegio. Frómista, Saldaña, Villasirga? Las más largas fueron a Támara, a Sahagún y a los castillos de Monzón y de Grajal de Campos? Era estupendo evadirse de la disciplina del internado en aquellas tardes y días en los que tomábamos la carretera como nuestra. ¡Libres! Apenas había tráfico. Recuerdo que un soleado día de mayo, yendo a Saldaña, nos tumbamos en medio del asfalto a descansar, sudorosos. Pegábamos el oído a la carretera para oír si venía algún camión de carbón de las minas de Guardo, al igual que los indios en las películas, por saber si galopaba hacia allí el séptimo de caballería.

Estas experiencias y muchas otras hicieron que la bicicleta fuese para mí un instrumento de libertad, un medio de vivir más intensamente la naturaleza y, también, un modo de soñar y meditar en soledad en largas horas de pedaleo.

"Los automóviles, en mi ciudad, eran entonces media docena y uno podía doblar las esquinas, inclinando el cuerpo, a toda velocidad, sin preocuparse por lo que viniera de la bocacalle."

Volviendo al libro de Delibes, creo que la reproducción de algunos fragmentos nos puede hacer saborear algo del contenido su historia:

" Por aquel tiempo yo era ya una especie de Fausto Coppi, un ciclista consumado. No me apeaba de la bicicleta. Sabía zigzaguear sin manos, ponerme de pie en el sillín y conducir con los pies. Como transporte, podía cargar simultáneamente a tres de mis hermanos: uno en el manillar, otro en la barra y un tercero de pie, sobre las palomillas traseras"

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"Creo recordar que en aquellos años los agentes urbanos usaban silbato y desde luego se ponían fuera de sí cada vez que un ciclista sin matrícula pasaba por su lado como una exhalación, afeitándole. Entonces, instintivamente, soplaban el pito y la presencia de otros guardias en las proximidades podía crear problemas. De modo que pedalear ojo avizor, escurriendo el bulto, era una actividad maravillosa que despabilaba a cualquiera"

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"? con un muchacho al que no le costaba subir las cuestas no se podía competir. De modo que de acuerdo con mi manera de pensar, lo aconsejable para llegar a Rey de la Montaña era poner cara de palo, incluso esbozar una sonrisa, mientras la procesión iba por dentro. Aguantar, que no trascendiera al rostro el sufrimiento interior y la fatiga física, era una baza segura para que el competidor desistiera de alcanzarnos. Nada desanima tanto a un corredor como observar que el contrincante realiza con la sonrisa en los labios algo que a él le supone un esfuerzo sobrehumano".

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"A mí me costaba subir el repecho de Boecillo tanto como a José Luis Fando, el gordo de la clase, pero lo disimulaba y mis compañeros, al verse rebasados por un tipo alacre, que no se quejaba, a quien no le dolían los muslos ni se le aceleraba el corazón, se sentían descorazonados y se sentaban en la curva a charlar un rato y descansar, en tanto yo coronaba el cerro en solitario, de un tirón. Pero, al rebasar la cumbre, me tumbaba boca abajo a la sombra de una acacia y sujetaba el corazón contra el suelo para que no se me escapase del pecho."

Bienvenido de Nuevo, Don Miguel. Ha sido, es y será un placer leer y vivir esas historias tan suyas y tan nuestras. Muy agradecidos.

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