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El efecto Wellington
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El efecto Wellington

Actualizado 16/05/2015
Ángel de Arriba Sánchez

A veces un instante basta para comprender lo que no han sabido decir los días.
El "Teso de San Miguel " se levanta junto al municipio de Arapiles, muy próximo a Salamanca. A veces cojo mi bici y subo hasta él para hacer lo que el general Wellington hizo en la mañana del 22 de julio de 1812: masticar pensamientos y observar el movimiento de las dificultades que me salen al encuentro con paso guerrero , para ver por dónde las puedo vencer.
La historia que nos ha llegado, cuenta que el excelso general inglés almorzaba en la tienda que le servía de puesto de mando en este teso. Ante su mirada se libraba una de las batallas decisivas de nuestra Guerra de La Independencia y que él mismo, como sus compatriotas, llamaba la Guerra Peninsular.
Este teso está justo en medio entre el cerro llamado Arapil Grande que era el terreno del ejército Francés del Napoleón que nos trajo hasta acá su "Malaparte" pendenciera y arrogante, y el Arapil Chicho, sobre el que las baterías del ejercito internacional de ingleses, portugueses, españoles y otras naciones, les devolvían las bombas que les tiraban como en un endemoniado partido de tenis.
Es de suponer que aquel dá,los bravos artilleros no andaban con ganas de hacerse tirabuzones con la metraba gabacha.
Entre estos dos arapiles, está la gran llanura que cabalgaba la caballería de Julián Sánchez "El Charro", y los miles de soldaditos de plomo con casacas azules, rojas, verdes, gualdas..., que avanzaban por los trigales sin poder evitar que les dieran más plomo para sus cuerpos.
La batalla duraba ya; el general almorzaba en el teso mirando el fragor de la batalla, y pensaba en retirarse a Salamanca, pues era de la opinión de que en el campo de la muerte estaba todo el pescado vendido por ese día.
En esto, el insigne inglés toma sus gemelos de guerrear y ve que una división francesa se desliga imprudentemente del grueso de las tropas francesas.

Respiraría de manera honda y satisfecha, masticaría el manjar que le habían servido: un lechón asado de Alba tal vez, o un poco de cordero lechal de Peñaranda quizás. Sorbería un poquito del vino de Los Arribes y acaso también de allá fuera el queso. Untaría el jugo de la carne con un trozo del buen pan de Castilla, y terminaría de observar lo que ocurría ante sus ojos y su regocijo sería como el frescor en su boca de una fruta de la Sierra de Francia .

Entonces sería cuando le dijo a su ayudante, el general español Álava: "Mi querido amigo: Marmont está perdido".

Aquella batalla se ganó contra pronóstico gracias al error que cometió ejército francés y que Wellingon advirtió mientras almorzaba. Y como la historia nos recurda, resultó decisiva.
A ese lugar de sutil advertencia subo, como he dicho,para ver las huestes de mis trabas. Me siento y veo lo mismo que Wellington, pero ahora está todo en calma y en su sazón. Me siento y busco qué imprudencia pueden cometer mis impedimentos, esos que bombardean sin tregua mis proyectos, para ver por dónde les puedo meter la caballería audaz de mis ilusiones y derrotarlas.
Igual, ya sabéis, como hiciera una vez un sagaz inglés.
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Fotografía: Panorámica desde el "Teso de san Miguel" en Arapiles, Salamanca, la misma que tendría el general Wellington el 22 de julio de 1812. Hoy estos terrenos están considerados el campo de batalla mejor conservado de Europa.

Cabecera: Vista de Salamanca y el Arapil Chico desde el monumento a la Victoria en la cima del Arapil Grande.

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