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¿Y para qué podrían querer los intelectuales un bastón de mando?
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¿Y para qué podrían querer los intelectuales un bastón de mando?

Actualizado 15/05/2015
Luis Miguel Santos Unamuno

Con el desembarco electoral que se acaba de iniciar y debido a la repentina aparición de nuevas fuerzas políticas con posibilidades de obtener representación parlamentaria o diputacional (me invento el palabro antes de que las comunidades autónomas constituidas por pocas provincias y sin dispersión poblacional consigan eliminar las diputaciones -seguro que los cabildos y los consells insulars se mantendrán-) se hace necesario reclutar a un gran número de figurantes de entre los que tendrán que salir, en función de los votos obtenidos, los primeros espadas. Y para sorpresa de muchos aparecen en las listas gente de fuera de la política: además de algunos mediáticos profesores de universidad emergen juezas, filósofos, poetas. ¿Intelectuales podríamos decir?

Creo que el presente se quiere leer en el pasado y se refleja en los inicios del siglo XX: entonces tenían sentido los intelectuales y parecía más fácil reconocerlos en los dos sentidos de esta palabra, saber quienes lo son y aceptar su magisterio. Nunca he dejado de agradecer que en la oscarizada y por ende reconocida Belle Époque, Fernando Trueba incluyera una escena en que ante la llegada de noticias convulsas de Madrid el culto párroco del lugar preguntara antes de hacer nada: "Y Unamuno, ¿qué ha dicho?".

Pero me temo que esos tiempos ya pasaron. Las redes sociales, que multiplican en segundos ocurrencias y necedades, encumbran (y defenestran) candidatos y electos a golpe de Megusta. Cambiaron de perfil los héroes a los que se quiere conocer en persona, a los que se quiere votar. Proliferan personajillos con legiones de eso que ahora se llama seguidores que cambian el sermón de la montaña por la lectura de unos cuantos mensajes inanes en una cuenta de facebook. En las búsquedas en la web de intelectuales mediáticos metidos a políticos pronto sólo se hallará a la Beyoncé del momento. Quizá Cicciolina -presumiblemente los que ahora denominan nacidos en democracia no sabrán a quien me refiero- no fuera una mera anécdota en un Parlamento en tránsito hacia la nada sino la pionera de las listas abiertas llenas de celebridades sin intelecto pero con gran tirón electoral (no en balde estuvo casada con Jeff Koons, ese mandarín que nos engatusa a todos con su arte para millonarios).

Aunque, bien pensado, no estaría mal que mis alumnos, buscando sus quince tuits de gloria, se fijaran como objetivo entrar en las cerradas listas electorales de los partidos y para ello se metieran a intelectuales y estudiaran esas materias que tanto les irritan (Lengua, Historia, Filosofía) y que para muchos no contribuyen a una formación con finalidad laboral.

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