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Tiempo de elecciones para un hombre feliz
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LA MOSCA COJONERA

Tiempo de elecciones para un hombre feliz

Actualizado 05/05/2015
Emilio Vicente de Paz

Era un hombre muy simple, había pasado casi toda su vida entre vacas, ovejas y algunos caballos, allá en un precioso pueblo de la montaña, al que hasta hace poco no había llegado la señal de televisión. La radio sí, la radio se oía bastante bien y ¡como sonaba en aquellos valles!, sobre todo los cantes de Farina, Antonio Molina, Camarón? Pero lo que más le gustaba y lo que más le divertía eran las tertulias. Las había descubierto hacía poco. Algo debía estar a punto de ocurrir, porque proliferaban por todas las emisoras, ¡y de qué manera!. Eso de oír a personas tan cultas, tan leídas, tan estudiadas, opinando sobre lo que se debe hacer y lo que no, lo bien que lo hacen ellos y lo mal que lo hace el otro?le hacía sentirse importante.

Escuchar estas tertulias le tenían pasmado, pues no alcanzaba a entender que sabiendo todos, que era lo que había que hacer para que este mundo fuera una balsa de aceite, que ninguno lo hiciera. Pensaba, que el no entenderlo, era fruto de su propia ignorancia, porque de seguro que estos hombres y mujeres de la capital son lo suficientemente listos como para arreglarlo todo y él no era nadie para corregirles. Con todo, lo que más le gustaba era cómo se enzarzaban entre ellos. ¡Hay que ver que entrega, qué ánimos y que afán por trabajar para que todos los españoles vivamos mejor! Le costaba entender, a nuestro hombre, tanta generosidad, aquellos hombres hablaban y hablaban de trabajar por y para los demás, ninguno pidió nunca nada para él, solamente que los ciudadanos introdujeran un papelito con su nombre en aquel cajón. Le abrumaba tanta generosidad. Lo que no acababa de entender era por qué se enzarzaban en aquellas disputas, llegando al insulto y a la descalificación, pero no le importaba, seguro que el entusiasmo por hacer las cosas bien les llevaba a esos extremos.

Lejos de reprocharles esta conducta, nuestro hombre se lo agradecía, pue era eso lo que le permitía disfrutar de la radio y que los días pasaran tan rápidos y entretenidos. Estas disputas le recordaban a las trifulcas de las mujeres en el mercado del pueblo, cuando bajaban de todas las aldeas a vender sus productos. Los suyos eran los mejores y no dudaban en desprestigiar a los de la verdulera de al lado, la que por supuesto no podía quedarse callada y arremetía contra la anterior con más fuerza aún. ¡Y ya estaba liada!

El día de acudir a las urnas se acercaba y las tertulias arreciaban y se ponían cada vez más interesantes. Cada día se despachaban con alguna historia nueva, un escándalo de proporciones imposibles de cuantificar. Aquello empezaba a tomar un color que a nuestro hombre no le agradaba. Los insultos no parecían los lógicos por vender su producto, allí tenía que haber algo más, mucho más. Trapos sucios salían por doquier, de los unos y de los otros.

Llegó un momento que todo estaba tan revuelto que era imposible saber quién decía la verdad y quien mentía. Aquellas personas que antaño parecían honestas, trabajadoras?, se les iba cayendo la careta y lo que veía debajo de ella no le gustaba nada.

Una mañana, como todas las mañanas del año, muy temprano, salía al campo con sus ovejas, conectó, como siempre, el transistor, sonaba en ese momento una canción de Manolo Escobar que decía algo así como:

La gente canta con ardor

"Que Viva España"

La vida tiene otro Sabor

Y España es lo Mejor

Que España es la Mejor!

[Img #298722]De repente se dio cuenta de los días que había perdido escuchado a toda esa gente de la capital. Respiró hondo, notó como el aire puro, de nuevo, llenaban sus pulmones, recobró el apacible sentir del campo, los olores de la hierba humedecida por el rocío de la mañana, volvió a mirar al cielo azul y a los verdes campos. Recuperó el ser perdido y sintió de nuevo la felicidad, que durante unos días le había sido secuestrada.

Nunca más volvió a saber de aquellos coléricos hombres y sus enzarzados debates. Nunca llegó saber si cuanto decían era lo que pensaban o si les pagaba para que lo dijeran, como los titiriteros, que de vez en cuando, venían al pueblo y repetían lo que otros les habían escrito.

Pasado un tiempo, se enteró de que el día de ir a meter el papelito en la caja, había pasado y que había salido no sé quién elegido. El campo seguía verde, la escarcha de la mañana, ignorante de estos devaneos, nunca faltó a su cita. El cielo seguía azul, y él, como todas las mañanas, muy temprano, salía al campo con su rebaño. La música de fondo de las esquilas y las canciones de Manolo Escobar en su transistor, le acompañaban en su apacible caminar.

Fotografía: Hipólito Martín

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