A todo el mundo le suena Charlie Hebdo y a muchos menos Garissa. A la redacción de una revista satírica francesa en París y a las aulas de una universidad en Kenia llegó el mismo intruso armado hasta los dientes en su odio y su irracionalidad. Ofendido por unas caricaturas de su dios en un caso, ofendido por la fe en Cristo en el otro, el intruso llegó, vio y mató. Los muertos, unos pocos en Francia, muchos más en Kenia, aunque la muerte sea absoluta en cada muerto. Las reacciones muy dispares: cónclave mundial en París, Europa ultrajada, Occidente atacado; silencio europeo y occidental ante lo sucedido en África, donde el terrorismo islámico radical parece entrar en el lote de las epidemias que allí continúan cuando ya no hay enfermos blancos, de las hambrunas que sólo percibimos en la punta del iceberg que asoma por el Mediterráneo.
Un minuto de silencio es un gesto sencillo. Pero se trata de callar para actuar. De hacer un alto en nuestro inconsciente camino, aunque tenga más de insensible que otra cosa, y permitir que el muro de comodidades que nos hemos construido se ablande y se resquebraje para que entre por la rendija el amor a la justicia, hagamos hueco al antídoto contra la indiferencia y dejemos de guardar días, meses y años de silencio. Y también, que tomemos conciencia de las causas de esas muertes siempre injustas.
Aquí no tenemos un David Cameron que felicite la Pascua o resalte la raíz cristiana de su nación, ni un Manuel Valls que aliente a ir a Misa como respuesta a las amenazas anticristianas, nuestra querida España sigue dormida en su obsoleto anticlericalismo, que ya es más rancio que el clericalismo todavía, así que nos conformaremos con el minuto de silencio al que nos convoca Pastoral Universitaria de Salamanca. El objetivo, dejar, por fin, de conformarnos con que se repitan más Jueves Santos como el de Garissa, en el que decenas de universitarios cristianos keniatas pusieron su sangre en el mismo cáliz que esa tarde nos entregaba Jesús de Nazaret.
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