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El pequeño orgullo
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El pequeño orgullo

Actualizado 27/04/2015
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Mi hermana Sebastiana anda revuelta. Tiene novio nuevo y está a lo que está: entretenida. Ella es liberalota, aunque discreta; pero, a pesar de las mariposas en la boca del estómago, está viviendo una experiencia de lo más lamentable, todo por tener la desgracia de vivir en un chalet adosado. Me dirán que eso no es ninguna desgracia. Pues intrínsecamente no tiene por qué serlo, pero sin duda lo es en este caso inaudito e insospechado.

[Img #55486]Cómo no: el problema está en los vecinos. Que en cuáles, pues en ambos: en los de la derecha, en los de la izquierda y hasta en los de enfrente. Ya he dicho que ella sigue a lo suyo: pintando los corazones de rosa. Pero se encuentra en medio del lío, sin pedirlo ni quererlo, y sin poder conseguir la imprescindible concentración que su nuevo estado requiere.

Del lado del sol poniente de su flamante chalet le ha tocado una pareja de hermanas de las de moño en permanente. Esas mujeres se aburren, qué les vamos a hacer, y cada vez que hay un movimiento en la calle, quien pasa ve levantarse un visillo: muestra indubitable de que todo lo que ocurra por esos pagos queda debidamente registrado? añadido y comentado.

Por el lado de levante le han tocado unos muchachos, que al principio cayeron en gracia a las susodichas señoronas, que intentaron adoptarlos por la vía más adecuada. Ya se sabe que a un estudiante ?y probablemente a cualquier otro que tenga algo en la sesera- se le conquista por el estómago. Pues... que si nos ha sobrado cocido, que si nos quedan muchas alubias, que si pasaros a tomar té con pastas?

Los chicos encantados de los mimos incesantes, hasta el punto que cuando dos colegas un poco más mayores se quedaron sin piso les dijeron sin dudarlo que juntaran sus cuatro perras y se fueran a ese barrio, justo al chalet de delante. Esto mosqueó algo a las marquesas, sobre todo al ver que estos nuevos tenían más pluma que un ganso, pero les venció la ternura y continuaron con su entretenimiento de ver quién entraba y quien salía. Para aclararse algunas dudas siguieron con su táctica de llevar a esos ahijados algún hornazo, algún bizcocho, algún batido? y de paso preguntar sin recato alguno lo que les faltara por saber.

Los muchachos iban a lo suyo, que la Ingeniería Química y el Derecho Internacional Privado no admiten muchas bromas. Se dejaron querer, y combinaron sus limitados platos de pasta con lo que buenamente les caía de sus admiradoras. Las confianzas llegaron al punto fatídico cuando entrado el mes de junio necesitaron unas cosas que tal vez sus amables vecinas les pudieran prestar.

Ni cortos ni perezosos, una aciaga tarde de tormenta, se fueron todos ellos a pedir en breve comodato unos cuantos sujetadores, una buena muestra de bragas, un montón de rulos, y hasta pelucas, pinturas de cara y cera para depilar? Les hablaron francamente y les contaron que era para preparar el desfile del orgullo que estaba casi al caer. Los amigos de enfrente pasaban bastante de estas cosas porque ya estaban casados a la espera de una interminable adopción de una muy ansiada criatura.

Los frascos de sales que las mujeres solían tener siempre a su lado no fueron suficientes para aplacar el monstruo que llevaban dentro. Ni si les hubieran robado sus alhajas más preciadas heredadas de la abuela Eucrasia se hubieran puesto del modo en que ellas se pusieron: en modo basilisco.

Como debería resultar obvio nuestros orgullosos protagonistas tenían un plan B. Siempre hay una buena amiga para momentos importantes. Así que ahí los ha tenido mi hermana la semana entera, solicitando accesorios y ensayando por la calle con toda la estridencia posible sus andares y sus reivindicaciones, con pelucas y taparrabos, con el apoyo activo de sus colegas de enfrente y ante los chillidos e improperios de las fachas cotillas, que según se ha visto no tienen nada mejor que hacer.

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