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Con dos narices
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Con dos narices

Actualizado 18/04/2015
Rafael Muñoz

Era un día soleado y luminoso.

Una nariz le dijo a otra:

- ¿Qué podemos hacer hoy, un día tan hermoso?

Su compañera le contestó:

- Sombra.

Del libro Narices en agosto

No, no son ni la funcionarial del cuento de Gógol, ni la poéticamente cáustica de Quevedo, por citar dos napias literariamente muy conocidas. Son las de Pepe Serrano y David Guirao, que han querido hacer sombra,en sentido metafórico, a otros acercamientos literarios sobre el particular, opinando sobre este asunto con dos narices, y blandiendo para ello, textos e ilustraciones sobre este apéndice fundamental en el acontecer diario de cualquiera de nosotros.

El libro ilustrado del que hablamos, El libro de las narices, tiene un planteamiento exhaustivo en todo lo que se refiere a esa parte sustancial de nuestra anatomía, por una razón de peso: es el humor, me huelo, quien vertebra y guía todo lo que en él podemos olfatear.

Con la lógica ortodoxia que debe exigirse a una publicación de estas características, comienza preguntándose qué narices (esto lo digo yo) es una nariz, para, sin solución de continuidad (nunca he entendido con exactitud qué narices significa esta frase) pasar a hablarnos de diferentes tipologías al respecto.

En estos tiempos de olisqueo facilón, que retratan de manera epidérmica lo que nos rodea, hablar de la nariz, ubicada en una de las parte nobles de nuestro cuerpo, que sin duda va marcando la dirección de nuestro trajinar por el mundo, rastreando, cual mascarón de proa, lo que se nos viene encima para intentar no darnos de narices con algo desagradable. En esto tiempos, decía, prestar atención a narices famosas a lo largo de la historia y la literatura: lea y veáse Cleopatra, Pinocho, Cyrano; o la falta de ellas, como la de la Esfinge de Gizeh, tiene su mérito, y reivindicar la imperiosa necesidad de la concreción del mirar con detalle, con la nariz bien pegada y mediante palabras e imágenes, para descubrir todo lo que está más allá de nuestra narices, es un objetivo que no permite tregua.

Si además de todo esto, Guirao y Serrano, relatan e ilustran con acierto mordaz aquellos conocidos accesorios para la nariz: pañuelo, gafas, bigotes?, pero no olvidan otros a veces tan necesario dedo índice, la verruga brujeril y el fugaz beso narigón, el libro va conformándose como un posible texto de cabecera que, como ya habrá deducido [Img #283931]nuestros lectores más despiertos, es donde habita esta imprescindible protuberancia.

Este compendio de verdades narigudas, creado por el humor de quien sabe olfatear lo que hay detrás del significado aparente de las palabras, que se amplía en una anchurosa paleta gráfica, mostrándonos que las cosas tienen muchas caras (y narices), sabiendo husmear en formas, tonos y colores, rompiendo los ángulos habituales de la mirada, termina su ruta olfativa con un apéndice nasal, donde se proponen algunas ideas sobre lo que podemos hacer, y no hacemos, con tan singular apéndice que, no olvidemos, es sinónimo popular y extendido de arrojo, brío y arrestos.

Metamos, pues, las narices en el libro, y también más allá de los lugares trillados que huelen por igual, huyendo de esos ambientadores que en los grandes almacenes atacan a la pituitaria y nos obnubilan el entendimiento; hagámoslo también del estigma olfativo que desprenden aquellos ascensores donde todo el mundo mira hacia el techo, no porque falte la palabra, sino rastreando para encontrar el libre aleteo de nuestras fosas nasales, que buscan escapar de un miasma que nos uniformiza.

Rafael Muñoz

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