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Palabras sagradas
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Palabras sagradas

Actualizado 15/04/2015
Carlos Aganzo

Construimos nuestras vidas con palabras que son ladrillos muy viejos que encajan minuciosamente en frases que pretenden ser los vehículos por excelencia de la comunicación entre las personas. Sabemos de formas de lenguajes que no necesitan palabras. Usamos para comunicarnos los ojos, las manos, los gestos faciales, la disposición del cuerpo. Incluso hacemos del silencio un arte en el proceso de la comunicación. Sin embargo, son las palabras las que invaden con mayor asiduidad la interrelación humana sobre todo cuando esta se da en el espacio público. En ese caso las palabras tienen que ser bien definidas so pena de que la conversación termine siendo un galimatías. Cuando esta se da entre personas que manejan lenguas diferentes la traducción se hace imprescindible.

Las palabras son definidas e incluso reciben connotaciones por parte de quienes tienen autoridad para hacerlo por un imperativo técnico o por cuestiones vinculadas a la trascendencia del ser humano. Los técnicos inventores bautizan el producto de su invención de acuerdo con criterios que van desde su vinculación a historias mitológicas a consideraciones más espurias del día a día. El segundo grupo de palabras se vincula a la trascendencia de las personas y tiene que ver con su capacidad de autoconciencia e incluso su identidad. Luego están los filólogos. En sendos casos la cuestión se relaciona con pulsiones de poder vinculadas a la capacidad de nombrar algo por primera vez y que ese vocablo sea admitido y seguido por la tribu. No hay palabras inocentes, se dice, también en ocasiones se advierte de que sobran las palabras.

Personalmente siempre me impactaron las palabras que se dice son sagradas, aquellas que no están ahí para ser comprendidas sino obedecidas. Son como un reclamo de un mandato que se hunde en la noche de los tiempos, que renuncia a toda veleidad racional, y en el que su imperativa sonoridad oculta toda impudicia. Escucho pedir al presidente del Gobierno hacer cosas de humanos normales frente al populismo y sé que un alegato tan vulgar está alejado de lo sagrado. Algo que me tranquiliza porque desaparecen de sus labios otras que sí me producen desasosiego como austeridad, orden, igualdad, libertad, justicia, competitividad, economía, seriedad, estabilidad, cuyo sacro cariz envuelve no un concepto enrevesado sino una dogmática unidireccional de obligado cumplimiento. Al igual que cuando evoca a España, una realidad sagrada, cuya complejidad histórica queda eliminada por el sonar del clarín.

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