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Valores y dignidad humana
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Valores y dignidad humana

Actualizado 12/04/2015
José Román Flecha

Con mucha frecuencia se dice y se repite que los valores éticos de nuestra sociedad han cambiado radicalmente con el paso de los años. Es evidente que cambian también según los países y las culturas en los que se encarnan, se admiten o se rechazan. Ante esas constataciones, son muchos los que se preguntan si es posible hoy día una moral, una ética universal. ¿Qué se puede responder a esas preguntas?

Con Ortega y Gasset, se puede decir que los valores éticos son objetivos y universales. Todo el mundo cree en el valor de la amistad o en el valor de la justicia. Lo que cambia es nuestra percepción de los mismos. En cada cultura habrá quien se pregunte quiénes son los verdaderos amigos y hasta dónde llega la justicia.

Además, no son indiscutibles los criterios con los que establecemos una jerarquía entre los valores para colocarlos en un orden de prioridades. Ese proceso de jerarquización cambia con el tiempo y el lugar en los que vive la persona, según su cultura, su ideología y su familia. Pero cambian también a tenor de la edad y de los intereses de la misma persona.

Parece casi imposible alcanzar un acuerdo ético universal. No es fácil coincidir en la definición del bien y del mal, en la calificación de lo que es bueno o malo. Hoy padecemos las enormes diferencias existentes entre una ética musulmana y una ética cristiana. Los resultados de esa divergencia son dramáticos, como se demuestra casi todos los días.

Aun en el ámbito cristiano, constatamos alguna diversidad entre la ética protestante y la ética católica. Pero no hay que salir de nuestro propio recinto. Dentro de la familia católica, nuestros contrastes son a veces llamativos, por ejemplo en lo que se refiere a la ética matrimonial y familiar.

Es evidente que los valores cristianos han de fundamentarse en la razón y en la fe. Pero la razón se casa con cualquiera, como ya decía Lutero. Y la moral de un católico coherente a veces no logra dialogar con la del creyente no practicante o la del practicante no creyente.

Defendemos el derecho a ser diferentes cuando nosotros tomamos las decisiones. Pero apelamos a unos valores que deberían ser aceptados y defendidos por todos los ciudadanos, cuando no somos el sujeto agente sino el paciente.

Además, con demasiada frecuencia se deja ver nuestra incoherencia. Nos manifestamos en público cuando son asesinados unos dibujantes en París, pero nos quedamos tan tranquilos cuando son asesinados unos cristianos frente a una playa de Libia. ¿Es que no es igual para todos el valor de la vida humana?

Con razón en el mensaje para la Cuaresma del año 2015, el Papa Francisco nos ha invitado a superar la tentación de la indiferencia. No debemos ignorar la valía de los valores éticos. Porque no podemos ignorar la dignidad de la persona humana: la que pierde la vida en un accidente aéreo o la que la va perdiendo en condiciones de pobreza y desamparo.

EL DÍA DE LA COMUNIDAD

Domingo de la Divina Misericordia. B.

12 de abril de 2015

"En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamada suyo propio nada de lo que tenían". Siempre nos impresiona volver a leer estas palabras. Con este "sumario", nos evoca el Libro de los Hechos de los Apóstoles la vida de la primera comunidad de los discípulos del Señor (Hech 4, 32).

Es un panorama ideal que se presenta como modelo para todas las comunidades cristianas de todos los siglos y de todo lugar. El testimonio que los apóstoles ofrecen de la resurrección de Jesucristo estaba avalado por el espíritu y el estilo de vida de toda la comunidad a la que pertenecían y a la que servían. Y se comprende que así ha de ser en todo tiempo.

Según se puede observar, la palabra apostólica está apoyada "desde arriba" por la fuerza del Espíritu, como se ha dicho en el mismo libro. Pero es confirmada "desde abajo" por la unidad de pensamiento y sentimiento y por la generosa fraternidad que caracterizan a los discípulos del Señor.

EL ENFADO Y LA VERDAD

El evangelio que se proclama en este segundo domingo de Pascua nos recuerda que, tras la muerte de Jesús, sus discípulos permanecen encerrados por miedo a los judíos. Se diría, con palabras del Papa Francisco, que son víctima de un "pesimismo estéril". Pero Jesús resucitado se les presenta como portador de la paz y del perdón (Jn 20, 19-31).

Este relato evangélico es bien conocido, además por dos detalles: las idas y venidas de Tomás y el gesto de Jesús.

? Solemos calificar a Tomás como el "incrédulo". Pero tal vez su enfado no sea un signo de su poca fe sino de su asombro ante la incoherencia de sus compañeros. Mientras ellos parecían reacios a acompañar a Jesús en su camino a Jerusalén, sólo Tomás se había mostrado decidido a seguir a su Maestro hasta morir con él.

? El gesto por el que Jesús ofrece sus llagas a la curiosidad y al tacto de Tomás nos resulta sorprendente. Pero con él se nos invita a abrirnos a una doble verdad. A identificar al resucitado con el mismo Jesús que había sido herido y condenado a la cruz. Ni su muerte fue un engaño ni su resurrección es fruto de la fantasía de los amedrentados.

EL TEMOR Y LA MISERICORDIA

Con todo, este texto del evangelio de Juan nos da pie a otras dos consideraciones: la de la importancia de la comunidad y la del don de la misericordia.

? "A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos". Algunos han pensado y escrito que para encontrarse con Jesucristo hay que abandonar a su comunidad. No es cierto. Los que estaban encerrados no eran mejores que Tomás. Si uno era víctima del despecho los otros lo eran del temor. Pero sólo en la comunidad se muestra el Resucitado.

? "Paz a vosotros? Yo os envío? No seas incrédulo". Las palabras de Jesús resucitado no reflejan un reproche, sino la grandeza de su misericordia. Una compasión cercana a sus discípulos y una exquisita pedagogía para llevarlos a la fe y enviarlos a una misión: la de llevar la buena noticia del perdón, del que ellos mismos han gozado.

- Señor Jesús, sabemos que nos perdonas y nos buscas, que nos ofreces tu paz y nos envias a proclamar tu resurrección. Que nuestras palabras y obras reflejen siempre la misericordia que tienes con tu comunidad. Amén. Aleluya

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