Las otras crisis

Hoy día lo que mola es hablar de la crisis. Si escuchas la radio o ves un programa de televisión acabarás asistiendo a un debate en el que todo el mundo opina sobre la crisis. Si te tomas un café con los amigos no tendrás más remedio que opinar sobre la crisis. Si no lo haces es que no estás al día. La crisis es como la gripe, ya es de la familia.

Me estoy refiriendo a la tan socorrida crisis económica. Todo el mundo se agarra a ella; unos para defenderse y otros para atacar. En cualquier debate entre políticos no es necesario conocer a los intervinientes para saber en qué partido militan. Quienes alegan que al llegar al poder se encontraron con una situación mucho más ruinosa de lo esperado, desde luego pertenecen al PP. Ya se encargarán los oponentes de echar por tierra esas alegaciones, sin preocuparse lo más mínimo en aportar pruebas para demostrar que eso no es cierto. El ideal político de cada uno puede ser diferente, pero, indefectiblemente, todos ?algunas veces, hasta el moderador- se vuelven contra el mismo. Eso entra en el sueldo. Ni por lo más sagrado se puede reconocer el menor mérito a este Gobierno por haber capeado la tormenta de la intervención europea. Y, desde luego, ni pensar en admitir que España está creciendo de una forma claramente comprobable. Si admitieran cualquier logro del Gobierno -¡y en época electoral!- estarían reconociendo implícitamente que el adversario político, ante un mismo problema, ha sabido aplicar medidas políticas más apropiadas que las del propio partido. ¡Vade retro!

Sin embargo, aun siendo muy importante, la economía no es todo en política, y de nada sirve ser un buen administrador de bienes si se distribuyen con criterios que pueden ser reglamentarios pero son deficientemente humanitarios. En el tema económico el quid de la cuestión radica en acertar con qué principios se consiguen mejores resultados. Para ello hay que fijarse en los programas de los distintos partidos políticos; los que ya han gobernado en otras ocasiones y aquellos que aspiran a hacerlo por primera vez, aunque bajo el disfraz de sus nuevas siglas se escondan doctrinas que han fracasado donde se aplicaron ?o se siguen aplicando-.

Sin embargo, en la España de siglo XXI, la crisis más importante no es la económica. Hay más. Comenzaremos citando la crisis demográfica. Nadie puede posicionarse en contra de los avances de la ciencia. Una de las primeras consecuencias es que, con una mejor sanidad, el aumento de la esperanza de vida trae consigo el envejecimiento de la población. Los expertos en demografía predicen una esperanza media de vida, para la población española de mediados del siglo, de 90 años para los varones y 95 para las mujeres. Lo que a primera vista es un aspecto muy positivo, unido a otros parámetros, llega a complicar la situación. La pirámide de la población comienza a deformarse, a base de disminuir la base y achatar el vértice. Baja alarmantemente el índice de natalidad y, en la misma proporción, aumenta el número de ancianos. Cualquier iluminado exclamaría: ¡Eureka, acabo de descubrir la fórmula para acabar con el paro! El problema es lo suficientemente serio como para no tomárselo a broma. Cuando disminuye seriamente el número de personas capaces de aportar con impuestos y cotizaciones los fondos necesarios para cubrir los gastos sociales del Estado ?sanidad, educación, pensiones, obras públicas, seguridad, etc.-, se llega a situaciones insostenibles. Este problema es más grave en España porque, entre los países de nuestro entorno, encabeza las dos clasificaciones: menor índice de natalidad y mayor esperanza de vida. Admitiendo que la solución a estos problemas no es nada fácil, algo habrá que hacer. Desde luego, en época de elecciones, lo más perentorio para los políticos es obtener votos a corto plazo, y lo que aquí se plantea?"largo me lo fiais". A pesar de ello, la mejora económica ?imprescindible para hacer política de verdad- debe acarrear una continua rebaja en el índice de parados para que empleo y productividad nutran las arcas del Estado. Para "formatear" de nuevo la pirámide, también se tendrán que arbitrar medidas de claro apoyo a la familia: favorecer la natalidad ?que no es precisamente facilitar el aborto-, abaratar ?en lo posible- los costes de la educación, apoyo decidido a personas dependientes, o acercar a los mayores en su acceso a residencias de 3ª edad, entre otras.

Por último, y no menos importante, es la crisis de "civismo". Una nación que ha amamantado a un número nada despreciable de personas que, llenándose la boca de falsa libertad, están dispuestas a silbar al himno nacional y a su máxima autoridad, que consideran poco menos que fascistas a quienes sienten respeto y orgullo por su bandera, ha fallado estrepitosamente en su cometido de educar en valores cívicos a los ciudadanos. Y eso se aprende desde muy pequeño.

Francisco López Celador

Imagen: Hipólito Martín