La semana Santa es un tiempo litúrgico en el que se recuerda y celebra la Pasión y Muerte de Jesús, el acontecimiento más importante de su vida, que fue consecuencia de su planteamiento vital a favor de los hombres, especialmente los más frágiles y marginados de la sociedad. Con ellos se identificó: "porque tuve hambre,? sed y me distéis de comer,? de beber;?estuve enfermo, preso y me visitasteis?". Cuestionó la pesada carga de las leyes judias reduciéndolas al amor a Dios y al prójimo y puso al hombre en el centro de la vida; "No es el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre", "Misericordia quiero y no sacrificios". La religión judía y los primeros cristianos no rendían culto a las imágenes. Se consideraba idolatría.
Aunque los primeras ejemplos de la imaginería española datan del Románico, su auge se produce después del Concilio de Trento (1545-1563) con la Contrarreforma; la Iglesia Católica necesitaba llamar la atención de los fieles y encarga imágenes a los mejores escultores, que se concentran en dos grandes escuelas, la castellana con Alonso Berruguete y Gregorio Fernández, y la andaluza con Martínez Montañés, Pedro de Mena y Alonso Cano. Del teatro vivo de los Autos Sacramentales, se pasa a los desfiles procesionales preparados por las agrupaciones de fieles llamadas Cofradias que tantas veces han entrado en competencia.
Jesús esta vivo. Así lo experimentaron y proclamaron las primeras comunidades cristianas pero sobre esta verdad apenas se educa a los cristianos. Es al Jesús de carne y hueso que vive entre nosotros al que tenemos que mirar, compadecer, ayudar todos los días y más intensamente durante Semana Santa. Como materializamos todo, hemos convertido a Jesús en un retrato de lienzo, en unas estatuas de cartón, madera o piedra, bellas piezas de Iglesia o museo que exponemos y paseamos, con un cortejo de personas encapuchadas con puntiagudos capirotes, costosas túnicas y capas de satén de variado colorido. Estandartes, ricas carrozas, a veces con incrustaciones de plata, cuajadas de flores y velas, bandas de música, damas tocadas con blondas y peinetas, autoridades?,completan el espectáculo que avanza al ritmo de los costaleros que soportan el peso de las carrozas. Todo se conjuga para que el pueblo mire, llore, cante, guarde silencio o aplauda. Las televisiones repiten machaconamente en sus menús las variopintas procesiones de cada día.
En realidad son el espectáculo gratuito para los que se quedan o para los turistas que visitan las ciudades, porque para millones de personas los días de Semana Santa son de descanso, de expansión y de viajes. El turismo procesional es un factor añadido, que convierte el espectáculo de estos días en fuente de ingresos por lo que también se fomenta desde los Ayuntamientos y Diputaciones.
El Jesús que con un látigo derribó las mesas de los que cambiaban, vendían, exponían animales para la venta y sacrificios en el templo de Jerusalén, ¿qué diría hoy al ver convertidos en espectáculo callejero los momentos más terribles de su tortura y humillación? Pero estos sufrimientos y otros parecidos siguen padeciendo miles de personas inocentes con los que Jesús se ha identificado: están por todos los continentes, los tenemos a nuestras puertas, queriendo saltar la valla que les permita alcanzar la tierra de promisión, desgarrándose con los pinchos que ponen los gobiernos para impedirlo. Nosotros con gélida indiferencia ni siquiera los miramos.
Jesús vive glorioso pero sigue identificándose no con las imágenes sino con los seres humanos "crucificados" hoy, esta Semana Santa y son:
La lista puede seguir. Los gitanos ocuparían un lugar especial y los reservo para otro artículo
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