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Entre los Alpes y Hiroshima
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Entre los Alpes y Hiroshima

Actualizado 04/04/2015
C. E.

Un copiloto alemán, Andreas Lubitz, estrelló un Airbus de la Germanwings con 150 personas a bordo, parece, de manera intencionada. El terrible resultado es de todos conocido. Las investigaciones acerca de su persona apuntan a que el piloto sufría de trastornos psicológicos graves. Trastornos que pasaron desapercibidos para todo el mundo. Para sus jefes, para sus padres, para su novia, para sus vecinos y amigos. Ahora, sin embargo, atando cabos, unos y otros encuentran indicios de su anomalía. Como Vds. saben yo he sido profesor de Derecho Penal e incluso Magistrado en la Audiencia de Salamanca y desde siempre me ha preocupado lo que nosotros denominamos: "principio de culpabilidad". Uno es culpable cuando es imputable y no cuando es inimputable. Es decir, uno responde penalmente por el hecho cometido cuando está "cuerdo" y no cuando está "loco". Les confieso que a cualquier juez se le presentan muchas situaciones en las que le resulta en extremo difícil, aún con la ayuda de expertos en psiquiatría forense, dirimir tal cuestión. De "buenos" y "malos" ni hablo. Ni se me pasa, ni nunca se me pasó por la mente, entrar en terrenos tan inciertos. Pues bien, les voy a relatar un suceso histórico, muchísimo más lesivo que el mencionado. El 6 de agosto de 1945 un avión de las fuerzas aéreas de los EE.UU bombardeó Hiroshima y tres días después otro Nagasaki. Murieron en total, de manera inmediata, 220.000 personas. La temperatura ambiente se elevó en un segundo a un millón de grados centígrados provocando una bola de fuego de unos 256 metros de diámetro. Uno de los pilotos, Robert Lewis, exclamó al ver los efectos: "¡Dios mío¡ ¿Qué hemos hecho?" No sabían lo que hacían. En un primer momento se había elegido la ciudad de Kioto. No obstante, el Secretario de Guerra, Henry L. Stimson, descartó tal opción por haber pasado allí, décadas atrás, su luna de miel, parece con bastante aprovechamiento y suerte para los habitantes de dicha ciudad. En cualquier caso ninguna de las tres ciudades eran objetivos militares. El que apretó, como siempre a distancia, el botón se llamaba Henry S. Truman a la sazón Presidente de los EE.UU. En declaraciones hechas desde Washington D.C. días después de los hechos aseveraba: "Ahora estamos preparados para arrasar más rápidamente todas las fuerzas productivas japonesas....Vamos a destruir sus muelles, sus fábricas, sus comunicaciones...Ahora le hemos devuelto el golpe (se refería al ataque nipón de Pearl Harbor) multiplicado (por mil)" Tengan en cuenta que la segunda guerra mundial ya había terminado en Europa y Japón estaba, en la práctica, derrotado. No obstante, los analistas norteamericanos consideraban que tal intervención atómica supondría "un fuerte golpe psicológico" dirigido a rusos y japoneses. O sea proclamar "urbi et orbi": "Somos los amos". Volvamos a Truman. Este señor presbiteriano, gris, segundón. Digo, este señor que recogió en su día valoraciones ciudadanas incluso peores que las merecidas por Nixon, ¡que ya es decir¡, era una persona corriente y moliente. Si hubiera Japón ganado la guerra lo hubieran condenado por crímenes contra la humanidad. Escenario impensable y absolutamente rocambolesco, dadas las atrocidades perpetradas por el gobierno japones de entonces. Sigamos imaginando. Resulta que algún fiscal hubiera descubierto que en 1905 el Sr.Truman se alistó en la Guardia Nacional de Missouri y como era muy miope, y a toda costa quería pertenecer a ese cuerpo, se aprendió de memoria la tabla óptica de letras y números. Algo así como manejar, a sabiendas, un avión con un incipiente desprendimiento de retina. Resulta que el Sr. Truman fue un miembro poco relevante, como fue siempre, del Ku Klus Kan, esos que se dedicaban a incinerar negros, entre 1920 y 1922. Resulta que en una carta fechada el 11 de noviembre de 1918, dirigida a su novia, luego esposa, Bess Wallace decía: "Es una lástima que no podamos entrar y devastar Alemania y cortar las manos a los niños alemanes y los pies y las cabelleras a los ancianos". En ese entonces el Sr. Truman se encontraba en Europa luchando, como oficial, en la Primera Guerra. En todo caso, tales apetencias yihadistas las satisfizo años después, como sabemos, con creces. Preguntas: "El Sr. Truman ¿estaba loco?" "¿Estaban, a la sazón, todos los del Pentágono locos?" "¿Dónde termina la cordura y comienza la locura?" "¿Se nacen con ellas o se aprenden?" Me gustaría que alguien me ilumine.

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