¡Vaya semana!

Cuando aún no habíamos recuperado la entereza por la muerte de Moncho Alpuente, aquel quijote contracorriente que aparecía y desaparecía de la actualidad cargado de frases ingeniosas y llenas de humor, la broma del destino ?no podría ser de otra manera? deja un avión en manos de un piloto copiloto perturbado y éste lo estrella en medio de los Alpes. Tragedia de espanto que deja un vacío de ciento cincuenta vidas por vivir. Y, si ya era poco, dolientes aún por este incomprensible suicidio homicida, se nos muere, como el rayo, Pedro Reyes, un humorista todoterreno de los que no se rendían hasta que el público lloraba, de ahí su éxito en "No te rías que es peor". Pero la muerte es siempre seria. Es lo que tiene, que no discrimina a nadie.

Sin embargo, nuestra cultura judeo-cristiana siempre nos reconfortó con el hecho de que la muerte era un designio de Dios. Una predestinación de la que no podíamos sustraernos. Luego ocurren hechos tan lamentables como el del piloto suicida y te da por pensar por qué Dios no mandó a un ángel para que levantara el dedo del botón a ese presunto piloto diabólico que pretendía ganar gloria en el infierno. Y como no hay respuesta, volvemos a la religión y nos encontramos con las enseñanzas del profeta Isaías, quien dice que "los caminos del Señor son inescrutables". Nunca podremos conocer el fin con el que Dios deja hacer estas cosas. Quizá por ello, en la actualidad, los psicólogos ocupen el lugar de los curas. Porque llevarse a tanta gente de golpe, aunque sus espíritus suban acompañados por dos humoristas coetáneos en la muerte, no nos hace ninguna gracia. Y entre paréntesis, nada que ver estos dos grandes profesionales con esos indeseables que pululan en las redes realizando humor negro con estas desgracias.

Dicho esto, que alguien me señale que Rosa Díez ha vivido un "viacrucis" particular porque le hayan querido mover la silla. ¡Qué frivolitè! Así es la vida, cuando pasamos de una página a otra y colocamos en la balanza hechos que no son comparables nos damos cuenta de la nimiedad de tantas cosas. Por tanto, hoy, Martes de Pasión, no es de recibo que alguien haga crítica negativa a quien se toma estos santos días para recobrar la paz lejos de la mundanal rutina. Y tampoco a quien los tome para asistir a los actos de la Semana Santa si con ello siente esa paz que su espíritu necesita.

No obstante, a modo de despedida, como la Semana Santa rivaliza entre las distintas capitales de provincia e incluso entre pueblos y una de sus intenciones más paganas sea la atracción de turistas, el deseo de cualquier persona educada, creyente o ateo, sería que éstos guardaran el debido respeto a las creencias de quienes "procesionan", pues a veces se da el caso, si exageramos con respeto y sin ánimo de ofender, que en algunas procesiones el único que guarda la compostura protocolaria es el reo al que le indultan la pena.