Tras, tras

Hoy, rebuscando en un mar de recuerdos, me encontré estas palabras, amarillas de tiempo pero tan frescas como si estuvieran recién cortadas:

Una que anda por ahí, por el mundo, con la mirada húmeda y el corazón caliente, frecuentando los bares y los labios hasta encontrar la fórmula del beso. Una que se anda a veces por las ramas o en las nubes o en los sueños, de pronto un día se da cuenta del mareo de vivir. Y en ese entrar y salir, huir, permanecer. En ese transitar por tantos nombres propios, como si fueran líneas de algún metro, suena la flauta una mañana y chas, aparece a tu lado. El hombre más increíble del mundo a dos metros de ti, mirándote con ojos de ganzúa.

Y piensas de repente en las casualidades, o en la suerte, pero no puede ser. Por qué a mí, precisamente. Por qué yo. Si soy autoestopista en el amor. Si yo nunca creí en las flechas de Cupido ni en las ranas de palacio o el zapato de la Cenicienta.

Y entonces te dúas con una amiga para decirle que el amor llamó a tu puerta y que no tía, que no es el tipo de Home English ni el vecino que trabaja en Telepizza. Que este es un sueco de dos metros. Y le cuentas, con pelos y señales, lo que hicisteis en tu cama y que es el hombre de tus sueños y tu media mandarina. Tú que te reías de Naranjito y del primo de Zumosol. Tú que pensabas que los tíos no pensaban o que eran sólo marionetas de papel. Tú que me hablabas en los baños de abolir los sentimientos, de cicatrices olvidadas, de fracasos, vas y zas, te entregas al amor. Esa bacteria que te infecta la sonrisa, que deja mariposas en tu estómago, que codifica el corazón.

Tú, tan informal, tan hippy, resulta que ahora siempre llegas diez minutos antes. Que desordenas varias veces el armario y aún no sabes qué ponerte. Que echas azúcar en la sopa y eau d'eté en la lavadora. Tú, tan culta, tan progre, tan moderna vas y te enamoras. Qué fuerte, tía. Qué marrón.

Y lo peor de todo es que me digas, una y otra vez, que es sólo una bobada. Que no vas a cambiar. Que seguiremos yendo a clase juntas. Que yo soy especial. Que a lo mejor tiene un amigo. Que no tienes la culpa de empeñar el corazón. Que en el amor no hay silogismos y que me quieres tener cerca.

Ni hablar. No estoy dispuesta a soportar tu cara de fotomatón. Y no me des la chapa con sus ojos. Y no le llames "cari", por favor. Y déjame estudiar cuando él no salga. Que tengo examen de Latín y apenas estudié lección y media.

En cambio tú tan de rositas. Mirando escaparates. Comprando lencería. Contando en el haber de tu diario los detalles de aquel beso, las horas que pasaste en el gimnasio junto a él.

No. Si ahora resultará que te pondrás a dieta y tomarás menta poleo y fumarás BN. Que le pondrás un nombre a tus futuros hijos. Que irás a depilarte cada lunes. Que te pondrás sombra de ojos, pelo rubio y joyas de oro y que te harás la sueca.

Pero que sepas que no voy a reprocharte nada. Ni a decirte que ese tío es como todos. Ni que vigiles tus constantes y que llames a Raphel para que invente tu futuro.

Y me da igual que te acompañe a casa en su Ford Fiesta y que te bese media hora en la escalera y que te pongas tu Lacoste de cuello alto para ocultar los chupetones. A mí plin.

Yo paso de esos rollos. A mí los rollos que me van son diferentes, de una noche.

Yo no hipoteco mi presente por un tío. No señor. Yo siempre he sido fiel a mi propósito de no ser nunca fiel y controlar el monopolio de mis sentimientos. Andarme por las nubes y las ramas. Entrar y salir, huir, permanecer. Aparecer y desaparecer como el Guadiana, o el del medio de los Chichos, o como el cuco del reloj. Tras, tras.