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Tiempo de creyentes
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Tiempo de creyentes

Actualizado 29/03/2015
Aniano Gago

Semana Santa es el icono de una España universal, variopinta, muy religiosa y ? con perdón ? un poco pagana por culpa y razón del turismo. De la misma manera que los almendros sólo florecen una vez, la Semana Santa cada año nace, crece, procesiona y muere. La historia misma de Jesús de Nazaret, aquel que sorprendentemente nació en Belén y a quien conoce el pueblo llano como Cristo. En lo más entrañable de la primavera muere, como si fuera una flor, pero ? y ese es el misterio ? vuelve a florecer. No le pasa lo mismo a la flor del almendro, que descubre la primavera, se emperifolla, pero viene una helada y se marchita. Después ya no se regenera.

En Semana Santa, en primavera, Cristo muere, pero a diferencia de la flor del almendro, revive. Ese es el misterio, esa es la diferencia y ese es el milagro, el gran milagro que la Cristiandad celebra. Loor y gloria al Domingo de Resurrección.

A algunos puede surgirles la duda, les puede incluso parecer mentira, pero el hecho es tan real como demuestran los creyentes. Y es que ante la fe nadie tiene argumentos, nadie puede permitirse la duda. La fe no tiene medias tintas. O se cree o no se cree. Para tener fe no hace falta ver, ni sentir, ni intuir, ni imaginar, ni pensar, ni tocar desde lo humano. La fe es creer sin más. Ante la fe nadie puede presentar argumentos. Ante la fe nadie puede exponer razones. Ante la fe sólo vale la fe. No sirve ni el razonamiento puro kantiano ni el sentido común, ese razonamiento de andar por casa del pueblo. Ante la fe o se cree o no se cree. No hay medias tintas, no cabe la duda. Se va a tiro fijo. Se parece un poco al amor: amas o quieres a una persona sin saber porqué.

Por eso el que cree es un privilegiado. Quien no cree ha tenido mala suerte. Quien cree es un tocado por el dedo divino. Quien no cree es un sarraceno. San Pablo, sin duda, es el hombre más inteligente de la Humanidad desde que esta existe, hace tres millones de años. Nadie como el ha sido capaz en todo ese incontable tiempo de crear una religión tan poderosa, tan real; y todo con la palabra más corta: fe. Esa es la clave: creer en lo que no vemos, creer en incluso en contra de la razón, creer porque sí, creer, creer, creer y volver a creer. Maravilloso. ¿Alguien ha sido capaz de tanto con tan poco desgaste verbal?. Nadie. Ni el propio Jesús, humano y verdadero, fue capaz de tanto. San Pablo era su director de comunicación y fue capaz en tiempos que no había Internet de ir mucho más allá del propio mensajero, del propio Cristo. Un fenómeno, un fuera de serie.

2000 años contemplan a los cristianos, 2000 años de religión, de cultura, de arte, de vida. 2000 años de ermitas, de iglesias, de catedrales. 2000 años de pintura, de escultura. 2000 años de iconos. 2000 años de Santos y vidas ejemplares. 2000 años de nosotros mismos. 2000 años de vida y muerte. 2000 años de nacer, morir y volver a nacer. 2000 años ajenos al universo que no conocemos. 2000 años pegados al universo que conocemos. 2000 años. ¿ Y qué son 2000 años? Muchos. O pocos, depende.

El Camino es interminable, tiene un principio y un final, que en algunos casos se conoce, como el de Santiago de Compostela, por ejemplo, pero casos como este sólo pueden llevar a la confusión porque el fin de la tierra (Finsterra) está más lejos, mucho más lejos.

¡Qué complicado es todo sin fe! ¡Qué claro todo con fe! Tengo tres amigos, tres hermanos, que hace tiempo que han tocado el cielo con las manos: tienen fe. Son felices, se han ganado el futuro, eterno e indeterminado en sus dimensiones, porque tienen fe. Cristo los tiene apuntados allá arriba con nombres, apellidos y DNI. Incluso el ADN para no fallar.

En esta Semana Santa darán un paso más por la fe. Los admiro, los quiero y los envidio. Yo tengo mucha suerte porque me hayan dejado cruzar en su Camino. Tanto, que hasta puede que yo termine en el cielo de ellos el día de mañana. Sería una suerte ganada por su esfuerzo, por su fe, no por la mía. Pero es que Cristo hace milagros. Y yo creo en algunos milagros. Por eso admiro la Semana Santa. Entre otras cosas porque tengo metido en mi cerebro desde niño aquel cántico fúnebre del Viernes Santo en Cañizo que decía "perdona a tu pueblo, Señor, perdona a tu pueblo, perdónale Señor". Nunca entendí la letra, porque yo no había hecho nada malo, pero con los años, conociendo lo que se pajarea, he llegado a la conclusión que todo perdón es poco en una sociedad en la que la fe puede mover montañas, pero que es insuficiente para hacer ver la luz entre tanta oscuridad.

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