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La historia, "aviso de lo presente"
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La historia, "aviso de lo presente"

Actualizado 28/03/2015
Alberto D.

Sin duda lo que viene es políticamente incorrecto y hasta me temo que sea muy incorrecto. Y pudiera ser inexacto, porque no caben matices espacio tan estrecho. Pero en todo caso, globalmente, me resulta sugerente e iluminador y por eso lo muestro. Y que los que no están al tanto me perdonen por traer aquí nombres y hechos muy de atrás y sobre todo que me perdonen los que sí están al tanto porque lo que pueda decir es elemental y hasta simplista. Ya lo sé, pero lo digo.

Todo el gigantesco ajetreo violento entre oriente y occidente (por simplificar y facilitar geografías) que hoy ocupa páginas, noticiarios e informes un día y otro nos obliga a mirar, con la calma o el temor que cada uno ponga, a Túnez o a Sudán, a El Líbano o a Siria, a Irán o al Yemen, a cualquier emirato o a Afganistán. Y la lista sigue? Y da la impresión de que la situación seguirá empeorando hasta extremos impredecibles. Es interesante la lectura de El desajuste del mundo, del libanés Amin Maalouf.

A la vista de esta situación, tan persistente y tan sin salida, se vuelve la vista a la historia. No en vano se definía ya desde la antigüedad como la "maestra de la vida". Y más cerca, Cervantes la llamaba testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. (El Quijote, Primera parte, cap IX). Parece que merecería la pena volver la vista atrás para aprender del pasado. Y de ahí viene el título que encabeza estas líneas.

Ya en el siglo V a.C. el imperio persa, que se extendía desde la Turquía actual hasta el Indo y desde Egipto hasta el Mar de Aral, decide la invasión de Grecia. Es la época de Maratón, de las Termópilas, de Salamina o Platea. Más mal que bien Atenas y sus aliados lograron rechazar la amenaza persa. Más tarde llega el relámpago de Alejandro Magno que cruza Oriente desde Macedonia hasta la India.

Siglos más tarde el Imperio romano vuelve a enfrentarse con el poder y la hostilidad de los partos, el imperio que entonces dominaba desde el Bósforo hasta Taskén más allá de Samarcanda. Son dos siglos llenos de batallas, venganzas y tratados de paz. Nunca el Imperio, tan poderoso, pudo dormir tranquilo.

Desde el siglo III el Imperio romano tiene que defenderse de los ataques del Imperio sasánida, heredero de los partos, a lo largo de cuatro siglos. Siglos, con intensas luchas y tensos tiempos de paz, hasta que los sasánidas son conquistados por los árabes en el siglo VII y el Califato Omeya conquista el norte de África y la península ibérica por el sur, todo oriente medio por el este, y por el norte, a lo largo de siglos, con tiempos de calma y tratados y con tiempos de terror y de batallas, seguirán avanzando hasta las puertas de Viena. Sin olvidar, a lo largo y ancho de estos siglos, las Cruzadas, los siete siglos de lucha en España, las conquistas y caídas de Bizancio, Lepanto («la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos y no esperan ver los venideros», Cervantes de nuevo, en el Prólogo a las Novelas Ejemplares) y las duras batallas en el norte de África, los repartos interesados a cargo de Europa y, por acabar, hace dos días Afganistán, Irak o el 11M.

Se sucedieron mientras tanto los selyúcidas; y turcos otomanos hasta ayer por la tarde, cuando se disgrega todo en pedazos como está hoy, con el intento, importante e históricamente inevitable, de un nuevo imperio, el Estado Islámico, liderado por Abu Bakr, autoproclamado «Califa de todos los musulmanes», que pretende heredar los territorios, el poder y la capacidad de amenaza contra occidente que tuvieron y ejercitaron muchos de sus antepasados durante trece siglos. La historia acredita que la amenaza, después de dos mil quinientos años de vaivenes, sigue en pie.

Y en eso estamos, deseando entendimiento y convivencia y, a la vez, temiendo, con cierto terror, que vuelvan las viejas batallas y los antiguos odios que creíamos ya enterrados.

La historia avisa y deseamos de corazón que no se repita.

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