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José
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José

Actualizado 26/03/2015
Juan Robles

Acabamos de celebrar el día del padre. Desgraciado nombre y costumbre que ha venido a desvirtuar la realidad del gran hombre "justo", como lo declara el evangelio, que es José, el esposo de María, el padre "putativo" -- PP o Pepe --. El hombre responsable, cariñoso, trabajador, acaso carpintero, justo y santo. Fue el custodio o administrador de la casa de la Familia Santa: Jesús, José y María. El hombre de sangre real, heredero del rey David, que traslada el derecho al reino que no acaba a su hijo Jesús, el llamado hijo del carpintero.

El hombre trabajador, San José Obrero, el hombre fiel y creyente, al estilo de Abrahán, padre de todos los creyentes, y así él también de algún modo padre de los creyentes seguidores de su hijo Jesús de Nazaret. El hombre superador de las pruebas, que se sobrepone a las dudas sobre su mujer embarazada sin que él supiera nada; recibe explicaciones del misterio y lo acepta sencillamente, cargando con sus consecuencias, sobre todo la de la huida a Egipto por la persecución de Herodes que quiere acabar con su hijo, que como heredero de la familia de David a través de los derechos reales de José, recibe merecidamente el nombre y la condición de Rey de Israel o de los judíos.

Como puede verse, el reducir la fiesta de San José a la conmemoración del día de los padres es rebajar bastante la figura del santo varón de Nazaret. Y eso a pesar de que la tradición cristiana ha reconocido tradicionalmente la grandeza del santo patrón de la Iglesia, del Seminario o de la buena muerte. Y aun esto son circunstancias derivadas del título principal del carpintero y padre del nazareno.

El pueblo cristiano ha sabido reconocer esta dignidad del santo carpintero y son multitud las personas que llevan el nombre de José, Pepe, Josefa o la multitud de compuestos como José María, José Antonio, Manuel José, José Ángel y las infinitas combinaciones entre José y casi todos los demás nombres cristianos.

En la Iglesia ha habido tiempos de mayor reconocimiento y otros de un práctico olvido o mitigación de la importancia del padre fiel y responsable administrador y educador de la casa de la Familia de Jesús de Nazaret. Últimamente, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, se ha ido reconociendo y difundiendo el nombre del buen padre de Jesús y esposo de María. Últimamente ha llegado a incluirse su nombre y su recuerdo en todas las oraciones centrales -- cánones o plegarias eucarísticas -- de ls misas de cada día. Aparte de mantener, como ocurre con pocos santos, dos fiestas en el calendario litúrgico cristiano: la fiesta de San José de marzo y la de San José Obrero el primero de mayo.

Dejemos de lado el artificio del Santo José como fiesta del padre y recuperemos la dignidad del Padre con mayúscula, ayudándonos en este año santo teresiano de las alabanzas y reconocimiento que de él hace Teresa de Jesús, que dice que nunca ha acudido a él pidiéndole cualquier favor que no lo haya conseguido. De ello saben bastante también las Hermanitas de los Pobres que, ante cualquier necesidad material o moral para sus pobres y ancianos, acuden al santo José y obtienen ineludiblemente el auxilio deseado.

San José, Pe-Pe, hombre bueno, buen administrador de la casa y familia de Dios, como José de Egipto, el hijo de Jacob, vendido a los mercaderes, pero salvador en años de escasez de sus hermanos, que acudían a Egipto en busca de bienes, trigo y pan, con que les pagó lleno de lágrimas de emoción por el desamor con que ellos lo vendieron e hicieron esclavo. José hoy nos colma de bienes y nos asiste en la hora definitiva de nuestro tránsito a la vida futura, el regalo de la buena muerte. Así nos admite en su casa, la de su hijo y la nuestra, en la que él sigue teniendo un papel especial cargado de bendiciones.

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