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Parece mentira que exista el acoso...
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Parece mentira que exista el acoso...

Actualizado 25/03/2015
Andrés Barés

Parece mentira, pero es sustancial a la naturaleza de ciertos seres indignos, y no por ello no es menos verdad que siga existiendo el psicoterror laboral o acoso moral, también llamado "mobbing" o acoso colectivo, y "bulling" o intimidación. Con estas palabras se conoce a una estrategia de desgaste psicológico sobre un empleado para conseguir su autodespido en la empresa privada o su autotraslado en la pública. Algo de ello hemos visto en directo en algún canal televisivo, y hasta lo hemos visto aplaudir en algún concurso.

Podemos señalar cuatro etapas en el psicoterror. En la primera se da un cambio repentino en una relación neutra o positiva, motivado por la envidia, ascenso de un empleado o inclusión de una nueva persona en el grupo. La víctima empieza a ser criticada por la forma de ejecutar su trabajo. Durante la segunda se dan ataques de superiores o de grupo de colegas dañando la reputación personal en lo íntimo y laboral de la víctima, y se aparta al individuo del grupo con tareas inferiores a la categoría por la cual ha sido contratado. En la tercera la jefatura de personal conoce el caso, y toma partido por los acosadores de la víctima que aducen que el problema es del carácter de la víctima, con lo que se degrada todavía más la función laboral de la víctima. La cuarta es cuando la víctima queda aíslada y pasa a un estado de abatimiento, astenia y trastornos psicofisiológicos que le llevan a la invalidación posterior para su trabajo habitual, y hasta el suicidio.

El lugar de trabajo, hoy por hoy, es el único lugar en que la gente puede matar a otro sin correr el riesgo de enfrentarse a un tribunal. Una bronca desmesurada con degradación de funciones laborales puede provocar un disgusto y pérdida de autoestima durante la jornada laboral y un sueño inestable durante la noche. Luego los acosadores aducirán el carácter débil del acosado.

El acosador es éticamente egoísta, sociópata y autoritario, una persona indigna, carente de toda dignidad. Por ello acosado es percibido como un obstáculo para éste y su grupo. El acosador es un ser con poca resistencia a la frustración y, por ello, agrede; es además de carácter paranoide, pues se cree perseguido y por ello se convierte en acosador frecuente y variable. Se centra en acosar a cercanos a la jerarquía que ocupa, bien para tomar la del otro, bien para conservar la propia. Sin olvidar que los amigos de sus enemigos son también sus enemigos. El acosador es siempre un profesional mediocre con criterios poco válidos, aleatorios, e inclusive contradictorios; lo que hoy es blanco mañana es negro, por lo que no tolera el sentido común y al que no es como él. Sólo tolera al que está por debajo calladito. El acosado generalmente no puede por su situación jerárquica o por la correlación de fuerzas contraagredir, por lo que su quantum de furor contraagresivo lo desvía intrapunitivamente causándole trastornos psicosomáticos y funcionales. El acosador elige cuidadosamente los motivos y momentos de acoso. Engrandece nimiedades para calumniar, alza la voz, difama sin que le preocupe provocar la ruina de una familia, un divorcio, etc., con tal de conseguir un ascenso por desplazamiento del acosado, o poner en cuestión el historial laboral o particular del acosado, etc.

El acosado generalmente suele transportar su malestar al seno familiar y pasa a tener pérdidas psicoafectivas entre los más allegados. Si el acosado toma iniciativas, el acosador busca alianzas para detenerlas o desprestigiarlas, e incluso congela proyectos para vaciar de contenido el trabajo del acosado. Al acosador le gusta tener público condenado a ser testigo mudo, bien por temor al acosado, bien por temor a las jerarquías superiores que pueden estar de acuerdo o no con su modus operandi. El acosado suele ser democrático y autogestionario y con criterio independiente, y se le reconoce como un profesional brillante en su historia laboral, generalmente una persona digna y tolerante. Ese carácter rompe los esquemas del acosador, pues la pérdida de mando le produce inseguridad, y suele decir en tales ocasiones "aquí mando yo". El acosado suele ser popular entre sus compañeros o popular para algún compañero acosado, lo que enseña a los demás a apartarse de los acosados. El acosado es capaz, por su formación y carácter renovador, de poner en tela de juicio los criterios poco válidos del acosador, por lo que se convierte en un mayor estimulo evocador de ansiedad en el acosador. Ante ello el acosador suele buscarse una "guardia pretoriana", o palmeros como dicen en algún concurso, que cloniza su plan hostigante, y por tanto, el acosador crea escuela. Hay que ser muy inteligente para acabar con un acosador pues ante el psicoterror la víctima suele estar indefensa y sola, al tener sólo a "testigos mudos" por temor a la pérdida de trabajo, pues las otras víctimas "ya" fuera del puesto de trabajo serían invalidadas como testigos hostiles a la empresa. El psicoterror laboral suele aparecer en centros mal organizados, donde la dirección y la división técnica del trabajo no está bien definida. El acosador generalmente no suele tener otro mérito que la antigüedad, como un chusquero de los de antes. Los acosadores están a sus anchas en centros donde se les deja gobernar y, si la dirección no toma medidas, al final acaban arrastrando a su equipo y a la empresa a la ruina. Cuando se trabaja con ellos se descubren muchos cadáveres en su armario, es decir, un completo historial de acosos. No es bueno para nadie tolerar los acosos.

El acoso, en definitiva, laboral o no, es un intento de homicidio a pellizcos, o como mínimo una tortura cotidiana en muchos centros. Los acosadores merecen por ello la cárcel o una curación en un centro especializado, son malas personas o enfermos y a menudo ambas cosas. Por ello habría que crear algún teléfono de ayuda o denuncia además de legislar leyes muy severas para poderlos juzgar no sólo por lo civil sino por lo penal, y que además permitieran dar publicidad de sus actuaciones.

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