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Trampantojos políticos
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Trampantojos políticos

Actualizado 22/03/2015
Aniano Gago

El "semiex" José María Aznar, con su bigote inamovible, jamás hubiera ganado a Felipe González unas elecciones generales si llega a ser calvo, calvo como Luis de Guindos, por ejemplo. Todos sus asesores de imagen, algunos convencidos de ser auténticos gurús de la cosa, nada hubieran podido hacer. Ser alto, guapo y con mucho pelo contribuye a que muchos electores metan el voto en la urna por una opción política o por otra. Aznar no era alto, pero tampoco un retaco. No era guapo, pero tampoco un adefesio. Y, eso sí, tenía ( y tiene) una buena cabellera.

Se puede argumentar que Jordi Pujol era bajo, gordito y calvete. Sí, pero era un padre de la patria. Llevaba detrás el haber "hecho mucho país", crear Banca Catalana para la causa nacionalista (y tal vez los bolsillos propios visto lo visto) y encontrase con una Cataluña que renacía de sus olvidos. También podemos argumentar que Camps, el valenciano, también ganó elecciones con escaso de pelo, pero es que heredó el trono de Zaplana, y eso era una ventaja muy clara. O que Juan Vicente Herrera tiene muchos claros arriba y gana y gana y gana como las pilas esas, pero es que gana porque empezó en Castilla y León casi de niño, hace mil años, y los votantes en esta tierra son muy de derechas sin necesidad de que nadie les convenza.

Hay más casos de gente con una imagen dudosa en relación con los cánones estéticos generalmente aceptados, como Manuel Chaves en Andalucía, pero en esos casos siempre hay detrás un apoyo electoral incondicional generado por la tradición o el clientelismo. Pero a puro huevo, para que alguien se mida en el cotarro electoral, necesita de la imagen, a ser posible con pelo. Eso le pasa a Pablo Iglesias, quien al pelo abundante le añade coleta, lo que para muchos es un plus. O Albert Rivera, el catalán que viene a ser el sustituto de Adolfo Suárez en cuanto a presencia, imagen televisiva ( que es la clave) y mensaje centrista. Tiene el pelo bien puesto, su sonrisa es distendida y es un perfecto vendedor de El Corte Inglés, sin corbata, eso sí, porque ahora la corbata no es tan necesaria.

Los señores políticos en campaña están enormemente preocupados por la imagen. Por eso ahí ganan las mujeres, que son más guapas, más dulces y más entrañables. Como se demuestra entre Susana Díaz, agradable y muy demagógica, en comparación son el sieso ese de Juanma Moreno, que es una estatua de malage, que dicen los andaluces (mal ángel). La excepción de las candidatas es Esperanza Aguirre, que en su lado malo se le ven demasiado las arrugas, las que tanto le preocupan. En una ocasión, y de eso ya hace 18 años, servidor le entrevistó para los telediarios de TVE y me pidió que la cámara le sacara el lado bueno, que no me acuerdo cuál era. Se fue al lavabo, se supermaquilló y después se prestó, con una naturalidad muy trabajada, a la entrevista. Todo perfecto. ¿Entienden por qué Esperanza Aguirre es un animal político?. Lo que no parece Mariano Rajoy, un grandullón que gana mucho en corto, pero que de lejos, vía televisiva, pierde mucho por el defecto de su dicción (al parecer consecuencia de un accidente de tráfico) y lo soso que se manifiesta, entre otras cosas debido a que lee hasta el "buenas tardes o buenas noches".

En época electoral, en campaña, los políticos tienen que moverse, aunque sea en contra de sus pareceres. Se tienen que entregar a los jefes de campaña y a los fenómenos de la comunicación que les dicen cómo se consiguen los votos. Unos votos que no van más allá del 10% porque los votantes saben muy bien a quien votar: sea el candidato, alto, bajo, delgado, gordo, calvo, con mucho pelamen, listo, tonto, simpático o cardo borriquero. Los muy entendidos llegan a asegurar que sólo en una campaña electoral los candidatos consiguen, en el mejor de los casos, el 2%.

En cualquier circunstancia todos: peperos, socialistas, andalucistas, ciudadanistas, podemistas, izquierdaunidistas y demás salvadores de la patria cambian de camisa, de chaqueta, de pantalón, de chupa o de zapatos en función del auditorio. Son todos unos chaqueteros, unos cambiaburras y unos trapaceros. Todos. Nos quieren engatusar y pretenden confundirnos. Llevan en la sangre aquel aserto chino: "cuando no puedas convencer, confunde". Son unos fenómenos que viven en permanente en carnaval. Se ponen y se quitan el traje según les convenga.

Cierto y verdad que todos nos identificamos con lo que queremos ver, de ahí que los actores se presten a representar la obra que desea el público. Pero como este no es tonto, huele el trampantojo político cuando el propio de turno se quita la corbata de los días de diario para ponerse a media etiqueta en fin de semana. O cuando se pone la sonrisa postiza y los dientes anacarados en campaña electoral y se entrega a besos a los niños y grandes abrazos a los mayores.

Nunca nada será tan rentable como la naturalidad, la verdad propia, la cercanía, la idea razonada y la emoción de ser, por encima de todo, una persona decente, normal y del pueblo. Hombre o mujer. Casi nada.

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