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Reconciliaos
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Reconciliaos

Actualizado 21/03/2015
Redacción / Curro Mesa

A la entrada de la Iglesia de Taizé puede leerse esta exhortación "Vosotros los que entráis, reconciliaos. El padre con su hijo. El marido con su mujer. El creyente con el que no cree. El cristiano con su hermano separado".

Todos estamos llamados a reconciliarnos, cada uno formamos un eslabón de la gran cadena de la reconciliación. El hermano Roger Schutz de Taizé recibió como carisma y vocación el emprender lo que él llama "la aventura de la reconciliación". El perdón es un milagro, así lo afirma él: "El perdón es la realidad más asombrosa y generosa del evangelio; es sin duda un milagro". La guerra, la paz dependen de todos y de cada uno en particular. "De ti depende anticipar sin retrasos una reconciliación".

El perdón es la otra cara del amor. Si se trata de amar hasta el final, como lo hizo Jesús, igualmente existe la obligación de perdonar siempre. El perdón engendra paz, nos mantiene en buena salud, nos permite ver la realidad tal como es. El que perdona, no juzga, se libera de la rabia, no se venga. Sin embargo quien se deja llevar por el odio, lentamente muere, pues el odio siempre mata y destruye todo lo que toca. Sabemos que el odio no resuelve nada.

Si miramos al que nos ha ofendido con los mismos ojos que nos gustaría que nos mirasen a nosotros, es decir, reconociendo en él a una persona condicionada por su propia historia, seríamos capaces de comprender la falta y perdonar de inmediato. Si conociéramos el fondo de las personas tendríamos compasión hasta de los criminales más grandes. Al perdonar estamos renovando nuestra fe en la bondad básica del ser humano. "Así como por la fe creemos que lo invisible está presente en lo visible, el que ama cree, por el perdón, mas allá de lo que ve" (Kierkegaard).

Perdonar conlleva correr el riesgo de que el ofensor se exponga a una segunda ofensa. El verdadero perdón exige vencer el miedo a ser humillado una vez más. Perdonar cuesta, porque siempre hay miedo a ser herido otra vez, y, precisamente, "por eso es duro el perdón, porque se tiene miedo" (Jean Marie Pohier).

Con frecuencia nos falta la misericordia. Pedimos y exigimos perdón para nosotros, mientras somos crueles para los demás y no sabemos que de esta forma buscamos nuestra condenación. Claro, es más fácil ver la brizna del ojo del otro que la viga en el nuestro. Para nuestras faltas, siempre hay excusas; para las del otro, no. La misma acción, para que sea aprobada o rechazada, depende de quién la haga.

Dios nos perdona, si es que nosotros perdonamos y debemos ser los unos para con los otros benignos y misericordiosos, perdonándonos unos a otros como Dios nos perdonó en Cristo. Y si somos misericordiosos, seremos felices La persona es libre para perdonar o no, cada uno establece la medida del perdón, pues ya se sabe que con la medida que midamos se nos medirá.

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