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La demagogia y el falo
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La demagogia y el falo

Actualizado 17/03/2015
José Javier Muñoz

Asistí hace muchos años como periodista a un aniversario del partido político entonces dominante en Guinea-Conakry, partido único como corresponde a un régimen comunista. El acto principal se celebraba en el estadio de la capital, abarrotado de gente. En lugares preferentes se acomodaban los asesores y cooperadores rusos, cubanos y alemanes del Este.

El discurso de Sékou Touré, jefe del Estado y "Estratega Supremo", desgranaba un rosario de conceptos preestablecidos, unos sagrados y otros malditos. Cuando pronunciaba los primeros levantaba ostensiblemente el pulgar de la mano derecha hacia arriba. Si mencionaba los segundos, colocaba el pulgar hacia abajo, con el mismo gesto de los césares romanos cuando dictaban veredicto sobre la suerte de un gladiador.

Pausadamente y con voz fuerte, Touré preguntaba al pueblo manteniendo el pulgar hacia arriba:

?¿La revolución?

El público gritaba al unísono:

?¡Arriba!

Y el líder continuaba:

?¿El socialismo?

?¡Arriba!

Entonces volvía el pulgar hacia abajo:

?¿El colonialismo?

?¡Abajo!

Demagogo, un concepto que procede de la antigua Grecia, significa "el que halaga a la plebe". La expresión más genuina de la comunicación política, los mítines, son caldo de cultivo para la pérdida de la conciencia individual y por tanto del sentido crítico, como ocurre en las concentraciones de masas en general. Jiménez Cores cuenta en un libro titulado La estrategia de Hitler un hecho aparentemente paradójico sobre los efectos del fanatismo: "Tras la guerra, muchos supervivientes judíos han confesado que en los tiempos del nazismo, cuando aún podían confundirse con el público sin necesidad de llevar la estrella de David bien visible, se vieron a sí mismos extendiendo el brazo al compás de los Heil que emanaban estrepitosamente de su garganta, sin dominio de sí mismos y dejándose llevar por la ferocidad del discurso de Hitler y por el grandilocuente ambiente que los nazis sabían formar en sus congregaciones".

Los principales beneficiarios de los medios de comunicación de masas han sido los demagogos, desde Lenin a Nasser, desde Mussolini a Sukarno, desde Hitler a Mao Tse Tung, desde Gadaffi a Sadam Houssein, desde Fidel Castro a Hugo Chávez y desde Sékou Touré a Kim Jong. La mayoría de los tiranos más perniciosos no destacaron por inteligencia ni sabiduría sino por su habilidad para engañar a la mayor cantidad de tontos.

La demagogia es el recurso ideal para los sastres de "reyes desnudos", arropados con un manto de celebridad, un envoltorio llamativo tejido con hilos de mentira y apariencia. Los mítines presenciales van dejando paso a las campañas de televisión e internet. El responsable de comunicación de Podemos, por ejemplo, admitió que esa banda dispone de cuatrocientas personas en alerta para contrarrestar en internet las informaciones y opiniones que nos les convienen.

Es la oclocracia, la chusma al poder. Nada nuevo. Ya Platón alertó de una terrible paradoja: cuando más henchidos estaban los reyes de indecencia, avidez y poder, más hermosos y bienaventurados les parecían a quienes no saben discernir qué clase de vida contribuye realmente a la felicidad.

Por cierto, la mayoría de los propagandistas que aspiran a fascinar al público haciendo la picha un lío con sus promesas y presagios, ignoran que el término "fascinación" procede del latín fascinum, que significa falo, miembro viril.

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