El hecho de que periódicamente renovemos a quienes nos gobiernan es un signo de salud social, una prueba de que nuestra democracia funciona. Ahora bien, cuando toda la vida social, política y cultural está condicionada por las agendas electorales, entonces descubrimos una enfermedad nueva que podemos llamar neurosis electoral. Es fácil realizar el diagnóstico de esta patología porque el cortoplacismo cerebral, la irritabilidad emocional y la hiperactividad mediática inundan la agenda social.
Por último, hay un nivel existencial y personal dramáticamente afectado por la neurosis electoral. Los candidatos y sus equipos son despojados de su condición humana y mortal para convertirse en personajes mediáticos del olimpo electoral. Son días con nervios a flor de piel, agresividades incontroladas y, sobre todo, desequilibrios emocionales, donde la hiperactividad incrementa la irritabilidad. Un tiempo complejo que pone a prueba la madurez personal, familiar y profesional de los candidatos porque están, demoscópicamente sometidos, al imperativo despiadado de la autenticidad.
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