“Año de nieves, año de bienes”

De niños, es posible que fuera la época en la que los pequeños disfrutábamos más, era muy emocionante levantarte y asomarte a la ventana y ver como todo era un manto blanco de nieve, quitábamos con nuestras manos en vaho del cristal, y así poder ver como mi abuelo retiraba la nieve haciendo un camino para que pudiera ir a la escuela, mientras mi abuela me preparaba ese desayuno de leche de cabra con pan, que estaba pegado a la lumbre en una cazuela de porcelana un poco escalcaboná, que tapaba para que no se llenara de pavesas, mientras para los mayores tenía un puchero de patatas, que después de freír unos torreznos de tocino vertía la grasa del mismo en el puchero, con unas hojas de laurel, pimentón y unos ajos, y las echaba en una cazuela de barro zamorana de la que comían todos, así no se ensuciaban los platos, estos solo eran para los días de fiesta, y de postre el torrezno de tocino encima de un coscurro de pan que acababan de encetar, para salir a trabajar al campo y quemar las grasas en plena naturaleza, por eso no sabían lo que era tener colesterol.

Y caminábamos hacia la escuela, mirando hacía el alero de los tejados, pues había unos cuchillos de carámbano que los mayores tiraban con una vara.

Era tanta la nieve, que algunos vecinos subían a su tejado para tirarla, por miedo a que se hundiera.

Cuando íbamos por ese camino, la nevada no nos permitía ver por los lados, solo cuando pasaba un puentecito podía ver todo el barrio a través de su cauce.

Y me encontraba con mis amiguitas, ellas llevaban en una lata de a kilo su estufa, con un asa de alambre, llena del borrajo de la lumbre, a la que le daban vueltas como si fuera una churraera, para que no se les afogonara, si sus papás tenían posibles, llevaban unas estufas más sofisticadas...

Cuando estábamos en clase, solo pensábamos en salir al recreo para hacer bolas de nieve y tirárselas a las niñas, es curioso que nunca nos corrigieran aquella actitud machista, de atacar a las niñas con la nieve.

Y luego como era la época del mondongo, o de pilar las castañas pilongas, que después de haber estado en el sequero de la cocina, las metían en una talega para entre dos hombres darle golpes sobre el corte de un tronco, para después en las noches pelarlas cuando estaban puestas al amor de la lumbre.

Pero los niños no solo montábamos en el zambulerio, también nos montábamos encima de una escobera todos los que cogíamos, para así rular por encima de las carambaneras, algunos si se daba la vuelta acabábamos apiteráos.

Pero todo era alegría, todos nos queríamos y ahora cuando nos encontramos en el serano, hablamos de lo felices que éramos en nuestro barrio.

Nunca olvidaremos aquellos momentos que han formado parte de nuestras vidas y que llevamos gravados en lo más profundo de nuestras almas.