Fanatismos de andar por casa

Estos días hemos visto en todos los medios de comunicación, imágenes que a cualquier mente, más o menos sana, cuando menos le repugnan. Me refiero al brutal atentado del Estado Islámico contra su propio y milenario patrimonio. Hemos visto como varios hombres, destrozan esculturas de la civilización asiria, que durante siglos han permanecido en los museos de la ciudad de Mosul. Algunas de estas obras, tenían una antigüedad de más de dos mil quinientos años.

Y todo ¿por qué? Según dicen ellos, porque el Profeta les ordenó que lo hicieran, porque esos ídolos son falsos, van en contra de lo que dicen que dice su religión, y como va en contra de sus creencias hay que destruirlo y destruyen miles de libros de ciencia, filosofía? Para ellos, todo está en su único libro, todo lo demás sobra, por lo tanto hay que destruirlo. Incluso, hay que destruir a las personas que albergan en su corazón un sentir y un pensar que difiere del suyo. Además hay que hacerlo con saña, humillando a las víctimas y tratando de hacer todo el daño posible a los que no piensan como ellos. Por eso graban "su hazañas" y orgullosos las muestran al mundo.

Es imposible saber qué puede mover a esa gente para que lleven a cabo actos de este tipo. Es imposible saber qué mecanismos funcionan en sus vacíos cerebros, si es que funciona alguno, porque la imagen que dan es de unos seres simples, con una sola idea, por lo que el 99,99% del cerebro les sobra. No necesitan, ni quieren, ni pasa por sus huecas mentes, que existe la posibilidad de pensar por ellos mismos.

Aprendamos de estas duras lecciones, no nos dejemos llevar por nuestros fanatismos de andar por casa, no caigamos en la trampa de condenar esas atrocidades para luego caer en otras, mucho más pequeñas, insignificantes comparadas con estas, pero que pueden dañar nuestro sentido de la tolerancia. No caigamos en la soberbia de creer que los demás, o piensan como yo o están equivocados. No pretendamos dirigir sus vidas, sus pensamientos. No les obliguemos a elegir aquello que a nosotros nos parece lo mejor.

No caigamos en la trampa de creer que lo que nosotros hacemos, por el mero hecho de ser pensado por nosotros, es lo razonable, lo justo, es lo que la sociedad necesita y tenemos que exigirlo y conseguirlo al precio que sea. Nosotros somos los salvadores de nuestra sociedad, somos los que más sabemos y los que más razón tenemos y por lo tanto hay que hacer cuánto nosotros decimos. Los que se oponen son unos retrógrados anclados en un nefasto pasado y no tienen derecho a opinar, ya dieron su opinión durante muchos años. Ahora nos toca a nosotros y derribaremos sus falsos ídolos.

Esta forma de pensar y de actuar, elevada a la potencia que queramos, es la que conduce a estos descerebrados a hacer lo que hacen. ¿O es que alguien piensa que ellos creen que hacen algo malo? Yo estoy convencido de que creen firmemente, que cuanto hacen es lo mejor que pueden y deben hacer y que son unos mártires si caen en su intento o unos héroes cuando lo consiguen. Ese convencimiento, llevado al extremo, es lo que hace de ellos unos fanáticos, que ni pueden, ni quieren ver nada fuera sus ideas.

En muchas ocasiones no opinamos, sentenciamos, y lo hacemos de tal manera que no dejamos al otro ni el más mínimo margen para la duda o la discrepancia, ¿para qué? La verdad no tiene más que un camino, y ese camino es el mío. Todos los demás son equivocados.

Si pensamos que el otro va por el camino equivocado, mostrémosle los diferentes caminos, sin tendencias, sin intereses particulares, sin animosidad, sin exigencias. Porque se puede llegar a un mismo lugar por infinidad de caminos, cada cual debe elegir el suyo. Nos equivocaremos, seguro, es entonces, cuando veamos al otro caído, cuando debemos acudir para ayudarle a levantarse y a retomar su camino, el suyo, no el nuestro, aunque se equivoque mil veces.