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Asalto a cirio armado
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Asalto a cirio armado

Actualizado 25/02/2015
Mª del Carmen Prada Alonso

A Esther se le murió el marido hace un año. Manolo fue marinero toda su vida, y ella tuvo que pasar sóla muchos fríos de invierno y soles de verano, meses de ausencias criando como pudo a sus dos hijos, como una más de las muchas esposas que tienen la vista fija en la mar, esperando el siempre incierto regreso.

Pasaron los años y pasaron las penas. Ya el marinero estaba en casa, ya estaban ocupados a diario los dos grandes sillones junto al fuego y frente a la televisión, disfrutando el gran amor que las soledades no habían logrado secar.

Y un mal día, Dios se llevó a Manolo. Poco les dejó disfrutar los días tranquilos, poco, o al menos así se lo pareció a ella.

Durante el duro año transcurrido, Esther se ha refugiado en la familia y en su resignación cristiana, llevando siempre en la boca, eso sí, el "yo aquí ya no pinto nada".

Llegó el cabo de año y Esther fue a la parroquia a encargar al cura la misa de Manolo, esa misa ineludible que cada año hay que decir por el alma del difunto, por el recuerdo y por el qué dirán, para que no digan.

A Esther el cura le pidió sesenta y cinco euros por decirle la misa a Manolo.

Le ha quedado una pequeña pensión, lo justo para vivir, para mantener el huerto, las cuatro gallinas, para comprarse unas medias y poco más.

-¡Sesenta y cinco euros! ¡Pero si las otras misas me costaron a veinte!

-Ya -le dice el párroco- pero ésta es de aniversario y voy a encender el cirio grande.

Y Esther vuelve a casa a buscar el resto del dinero, porgue su Manolo no se puede quedar sin misa en su aniversario. De otro lado se lo quitará.

Casi le dijo que no encendiera el cirio grande si costaba tanto, pero ¿qué dirían en el pueblo? El cirio grande es el cirio grande y Manolo se lo merece todo.

Esther ha oído en la tele que el Papa Francisco dice que los servicios a los fieles no hay que cobrarlos, los curas ya tienen un sueldo para ejercer su apostolado. Pues aún no le habrá llegado el cuento al párroco, o será para el año que viene, ¿quién sabe?

Le digo a Esther que le pida el recibo al cura y se lo mandamos al Papa. Lo extraño es que en su ingenuidad no dude de si al Papa le llegaría la carta, sino que me diga:

-¿Cómo voy a pedirle eso? Se enfadará."

Asaltar a los feligreses que están atados a fuertes convicciones religiosas es, cuanto menos, indigno.

Intentar entender las cuentas de este Gran Capitán, misión imposible.

No escandalizarse ante éstos y otros muchos hechos monetarios en el seno de la llamada Santa Madre Iglesia Católica, es cuestión de fe humana, que no divina.

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